Vivos y muertos, miembros del mismo cuerpo
La suerte de los difuntos no está marcada ni sellada, hasta que llegue el Día del Juicio Universal. Hasta ese día, no podemos considerar a nadie definitivamente condenado, y por eso es que oramos, esperando en la infinita misericordia de Dios.
¿Por qué recordamos a nuestros difuntos? Porque así se nos mandó hacerlo. Que se trata de un mandamiento, se extrae claramente del hecho que en la Iglesia de Dios no ha habido un sólo período en el que no se haya practicado esta memoria. Esto significa que se trata de un uso que proviene del tiempo de los Apóstoles y de nuestro mismo Señor... Los difuntos siguen vivos, y nuestro vínculo con ellos no tiene fin. Tal como oramos por los vivos, sin importarnos si alguno de ellos sigue el buen camino o ha tomado el otro, así también oramos por los que han partido de esta vida, sin saber si son contados entre los justos o los pecadores.
Se trata de un deber del amor fraterno. Hasta que los cristianos sean separados en el Juicio Final, todos, tanto vivos como muertos, conforman la Iglesia que es Una. Y todos debemos comportarnos, los unos con los otros, como miembros del mismo cuerpo: con un espíritu de buena voluntad y en una relación de amor, vivos y muertos, sin hacer diferencias por causa de la muerte. Generalmente, se usa la expresión: “Su suerte está sellada”... Pero, la suerte de los difuntos no está marcada ni sellada, hasta que llegue el Día del Juicio Universal. Hasta ese día, no podemos considerar a nadie definitivamente condenado, y por eso es que oramos, esperando en la infinita misericordia de Dios.
Los difuntos no se acostumbran inmediatamente a su nueva vida. Incluso en los santos se mantiene, por un lapso, el carácter terrenal. Cuando este desaparece, es necesario de un poco de tiempo, juzgando según la medida del carácter terrenal y la atracción por las cosas del mundo. Al tercer día después de acaecida la muerte, a los nueve días y a los cuarenta días: así es como medimos la purificación del carácter terrenal...
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înțelepte, Editura Egumenița, Galați, p. 131)