“Ya me arrepentiré cuando sea viejo...”
Por eso, arrepintámonos desde este momento, porque no sabemos cuándo tendremos que partir de este mundo tan vacío.
No demorenos nuestra contrición, para que no nos ocurra lo mismo que le pasó a aquel joven, a quien, debido a que no llevaba una vida cristiana, su padre espiritual le pidió que se arrepintiera; sin embargo, el muchacho respondió con osadía: “Soy joven, padre, y me gusta divertirme, gozar todo lo que pueda. Ya tendré tiempo para arrepentirme cuando sea viejo”. Y el confesor le dijo: “¿Cómo sabes si vas a llegar a viejo? ¿Acaso tienes algún trato con Dios? La muerte, hijo, no le viene solamente a los viejos, sino también a los jóvenes. Así, arrepiéntete ahora que tienes tiempo”. No obstante, el chico se empecinó y siguió viviendo en la frivolidad. “No soy tan tonto. Cuando envejezca, iré a confesarme, practicaré la caridad y así borraré mis pecados. Pero no ahora”.
Cuando el joven cayó gravemente enfermo, el buen sacerdote corrió a visitarlo y le suplicó, con amor, que se confesara, porque la confesión y la Eucaristía muchas veces sanan y fortalecen a los enfermos. “Por eso, ya que estoy aquí, no dejes que me vaya sin darme el gusto de ayudarte...”. Pero el muchacho le pidió que le dejara en paz y que se marchara. Con tristeza, el anciano sacerdote tomó sus cosas y se fue, porque ni Dios obliga a nadie, respetando la libertad de todos. “Quien crea en Mí, que me siga...”, dice el Señor.
Con el paso de los días, la enfermedad del muchacho empeoró y, al enterarse de ello, el sacerdote volvió a visitarlo, Al llegar, le dijo apaciblemente que, si así lo deseaba, su estado de enfermo no era óbice para confesarse. Con todo, el joven se negó otra vez. Finalmente, murió sin confesarse. Quienes estaban a su lado, contaron después que sus últimas palabras fueron: “Arrepentimiento... arrepentimiento... arrepentimiento... ¿En dónde estás, arrepentimiento?”, y murió sin llegar a experimentar esa contrición.
Esto es algo que les pasa a muchos, que creen que podrán arrepentirse cuando sean mayores.
Por eso, arrepintámonos desde este momento, porque no sabemos cuándo tendremos que partir de este mundo tan vacío. Y arrepintámonos con sinceridad, para hacernos dignos de salvarnos, con la Gracia y la inmensa misericordia de nuestro Señor Jesucristo, con el auxilio de Su Madre, el de San Nectario el milagroso, y el de todos los santos. Amén.
(Traducido de: Arhim. Filothei Zervakos, Ne vorbește părintele Filothei Zervakos, Editura Egumenița, p. 219-220)