Algunos lineamientos para la práctica de la oración
Entonces, hijo mío, sentirás una disposición tal en tu corazón para orar, que tu espíritu clamará: “¡Cristo mío, sálvame!”, y las lágrimas empezarán a brotar de tus ojos.
El stárets Efrén siempre enseñaba y hacía énfasis en la importancia de la obediencia. Cuando le preguntaron: “Padre, ¿cómo alcanzar la verdadera oración? ¿Cómo encontrar la Gracia?”, él respondió:
—Cuando el vaso del alma está limpio, él mismo se llena con la Gracia Divina. De la obediencia brota la oración, y de la oración, la teología.
¿Cómo debemos practicar la “Oración de Jesús”, padre? ¿Entera, es decir: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador”…?
—¡No se trata de que la oración nos produzca —o no— cansancio! Basta con estas pocas palabras: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Cuando avances en la oración, tú mismo reducirás aún más esas palabras, debido al ferviente anhelo de tu alma, y dirás: “¡Jesús mío, apiádate de mí” o “¡Dulcísimo Jesús, ten piedad de mí!”. Es posible que la añoranza de lo divino se apodere de ti y solamente consigas clamar: “Jesús, Jesús…”. Y si te haces digno de avanzar todavía más, simplemente te quedarás sin voz, como en éxtasis, debido al calor de la Gracia que experimentarás.
¿Cuál debe ser nuestra disposición espiritual al orar, padre? ¿De alabanza, de gozo, de agradecimiento, de tristeza o de contrición? ¿Cómo?
—Debe ser la misma disposición que tenga el alma en ese mismo instante. ¿Estás feliz? ¡Ora con alegría! ¿Sientes pesar por tus pecados? ¡Ora con contrición!
¿Y si el alma no tiene ninguna disposición o la mente no se concentra en la oración?
—La mente siempre hace lo mismo. Huye. Pero nuestra labor consiste en traerla de vuelta. Comencemos susurrando las palabras de la oración, u oremos en voz alta, hasta que la mente se concentre. Y cuando esta empiece a estar atenta a la oración, oremos mentalmente, sin susurrar. Por eso es que decimos que la experiencia le va enseñando a cada uno cómo proceder.
En lo que respecta a nuestra disposición al orar, podemos hacer lo siguiente. Traigamos a nuestra mente una imagen espiritual para que sensibilice nuestra alma, como la Resurrección del Señor, que nos hace pensar en lo mucho que Él, como Dios-Hombre, sufrió por nosotros, a pesar de que somos insignificantes. Muchas veces, yo utilizo el siguiente pensamiento espiritual: me represento en mi mente que estoy en la Segunda Venida de Cristo y que Él, junto con los que están a Su diestra, se aleja de mí, y yo sufro por quedarme eternamente lejos de Cristo y de Su Reino. Entonces, hijo mío, sentirás una disposición tal en tu corazón para orar, que tu espíritu clamará: “¡Cristo mío, sálvame!”, y las lágrimas empezarán a brotar de tus ojos.
Entonces, padre, cuando oramos, ¿podemos mantener en nuestra mente una imagen como esa?
—No, no. Lo que digo es que esa imagen se puede utilizar solamente al principio, para crearle al alma una buena disposición para orar. Cuando oramos, tenemos que hacerlo despacio, con el corazón compungido. Al orar no tenemos que imaginarnos nada, ni palabras ni personas.
¿Y cómo podemos verificar si hemos avanzado algo en la oración, padre?
—Lo primero que trae la oración es alegría. Te sientes como el hijo de un rey. Después, tus lágrimas se van multiplicando. Quieres abrazar a toda la creación, animada e inanimada. Ves a todas las personas como si fueran ángeles. El Apóstol Pablo nos habla de los frutos del Espíritu: amor, , alegría, paz, comprensión de los demás, generosidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí mismo (Gálatas 5, 22).
¿Es bueno orar con oraciones improvisadas, padre?
—Yo mismo lo hago a menudo. La oración improvisada y las imágenes espirituales de las que les hablé antes, al igual que salmodiar un poco, cantando o recitando, o entonar un tropario, o decir algo con nuestras propias palabras, ayuda a que el alma alcance un estado espiritual más alto. Y cuando no necesitamos más nada de eso, podemos orar diciendo: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”. Otras veces, cuando el alma tenga ya un estado espiritual más favorable, deseará salmodiar desde lo profundo que hay en ella. O puede suceder que, en el momento menos esperado, empiecen a venir a tu mente pensamientos espirituales muy profundos, y tu alma sentirá la necesidad de orar con palabras elegidas por ella misma. Entonces tenemos que dejar que el alma se sacie por sí misma.
¿Es esta la “oración con la mente”, padre? ¿Tenemos que utilizar la inspiración y la expiración para practicarla?
—No, este es solamente el comienzo de la “oración con la mente”. Esta oración es una energía de la Gracia y le pido a Dios que se las conceda a quienes se esfuerzan en practicarla.
Cuando el alma está preparada, Dios la conduce al perfeccionamiento de la “oración con la mente”. Hasta entonces, es nuestro deber esmerarnos en la oración, teniendo la obediencia como fundamento. No es necesario que nuestro movimiento de inspiración y expiración se combinen con la oración. Estos son elementos secundarios. Ante todo, no es necesario que la oración se relacione con los latidos del corazón. Con el lugar del corazón, sí; con sus latidos, no.
¿Es posible avanzar en la oración si no practicamos la obediencia?
—Permíteme relatarte algo. Había un anciano que tenía dos discípulos. El primero de ellos era muy obediente, pero sentía que su oración estaba seca. El otro no era obediente, pero su oración iba a acompañada de un torrente de lágrimas. Esto le causaba un gran asombro al anciano, y un día decidió ir a contárselo a su padre espiritual. Este, un hombre muy sabio, le recomendó que esperara un poco, para ver cómo evolucionaban las cosas. Y, en verdad, poco a poco, el primero de sus discípulos empezó a sentir el don de la oración, llenándose de lágrimas y regocijo. Por su parte, el otro, con el paso del tiempo fue perdiendo lo que tenía, hasta quedarse completamente vacío.
¿Cuánto tiempo dura la oración gratífica, padre?
—En mi caso, el estado gratífico dura hasta tres horas seguidas. Después empieza a menguar, y yo sigo pronunciando mi simple oración, pero ya sin ese calor. O a veces empiezo a cantar salmos improvisados por mí o del Salterio. Leo un poco y después me tiendo a descansar un poco hasta que amaneces, y después le mando a la comunidad algunas oraciones para que las lean en la iglesia. Y yo sigo orando, pronunciando la “Oración de Jesús”, con postraciones, de la forma en que estoy acostumbrado a hacerlo.
(Traducido de: Ieromonahul Iosif Aghioritul, Starețul Efrem Katunakiotul, Editura Evanghelismos, București, 2004, pp. 123-126)