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Un ejemplo más de cómo el maligno puede tratar de engañarnos

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Tomó una silla y se sentó para intentar seguir orando, cuando, repentinamente, toda la habitación se llenó de un gran resplandor. El techo de la celda se había levantado, de tal forma que el anciano creyó que aquella luz llegaba hasta el cielo…

Los espíritus malignos se valen de toda clase de engaños. Algunas veces crean imágenes grotescas o adquieren cualquier otra forma, con tal de parecer ángeles de luz. Esto fue lo que le sucedió a un anciano asceta de nuestros tiempos, una vez, mientras oraba. Era de noche y el anciano monje oyó unas voces muy fuertes, además de un sonido como de tambores y de gente bailando. Se incorporó y se volteó para ver qué estaba ocurriendo en su celda. Pero no había nada ni nadie. Era el demonio. Entonces, tomó una silla y se sentó para intentar continuar con su oración, cuando, repentinamente, toda la habitación se llenó de un gran resplandor. El techo de la celda se había levantado, de tal forma que el anciano creyó que aquella luz llegaba hasta el cielo. En lo alto, de donde manaba esa luz, apareció el semblante de un hombre, que guardaba cierta semejanza con el rostro de Cristo. Haciendo un esfuerzo para ver entre tanto fulgor, el monje pudo distinguir solamente la mitad de esa cara. Entonces, una voz en su interior le dijo:

—¡Fuiste bendecido con la oportunidad de ver al mismo Cristo!

Pero inmediatamente se respondió a sí mismo:

—¿Quién soy yo, sino un indigno pecador, para ver a mi Señor Jesucristo? —y se hizo la Señal de la Cruz.

Ni bien había terminado de pensar esas palabras, cuando aquella visión se disipó y el techo de la celda volvió a su lugar.

(Traducido de: Arhimandritul Ioannikios, Patericul atonit, traducere de Anca Dobrin și Maria Ciobanu, Editura Bunavestire, Bacău, 2000, pp. 176-177)