Acudamos con fervor a la Madre del Señor
Los cristianos verdaderos tienen esta oportunidad: tienen a Cristo y a la Santísima Virgen María.
El que no quiere, no sana. Quien quiere, es sanado por la Gracia de Dios. Finalmente entendemos quién es el culpable, entendemos qué ocurre en nuestro interior, y nos dejamos convencer de ser sanados. Entonces, acudamos a la Madre del Señor. Ella todo lo sabe. Corramos a ella, pero con fe. La fe se manifiesta por medio de la voluntad. Si el hombre desea sanar, “¿Quieres sanarte?”, que responda, “¡Sí, quiero sanar!”. Cuando en verdad lo quiera, manifestará una fe verdadera. Cuando tenga una fe verdadera, manifestará también una voluntad verdadera. Los otros hombres, quienes viven con sus “dioses”, sufren, no encuentran consuelo ni sanación.
Los cristianos verdaderos tienen esta oportunidad: tienen a Cristo y a la Santísima Virgen María. Así, si creemos en Cristo, si somos miembros vivos de la Iglesia y si creemos en la Madre del Señor, considerándola nuestra propia Madre, acudamos a ella con valor. Acudamos a ella con nuestras oraciones. Pidámosle con toda el alma, con todo el corazón, con toda nuestra fe y con todas nuestras fuerzas. Demostrémosle nuestra devoción, hagamos postraciones ante su ícono, besémoslo, y unjámonos con el aceite de la veladora que mantenmos encendido ante él, para que nuestro cuerpo y alma sanen, para que podamos librarnos de todas las enfermedades físicas y espirituales.
(Traducido de. Arhim. Simeon Kraiopoulos, Sufeltul meu , temnița mea, Editura Bizantină, p. 100-101)