Palabras de espiritualidad

Cuando basta con decir: “¡Jesús mío!”, y nada más

  • Foto: Benedict Both

    Foto: Benedict Both

Solo así uno puede deificarse. Solo así penetramos en los misterios de Dios. No tenemos que hablar más. Dejemos que sea la Gracia quien hable.

La forma más perfecta de orar es el silencio. El sosiego. “Que calle todo el cuerpo del hombre”. Ahí se realiza la deificación: en el silencio, la calma, en misterio. Ahí se celebra la verdadera adoración. Sin embargo, para poder vivir esto, tienes que alcanzar cierta medida… Y entonces las palabras cesan. Recordemos, hermanos, “Que calle todo el cuerpo del hombre”. Este modo, el de la calma silenciosa, es el único perfecto. Solo así uno puede deificarse. Solo así penetramos en los misterios de Dios. No tenemos que hablar más. Dejemos que sea la Gracia quien hable.

Cuando yo decía: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, se me abrían nuevos horizontes. Lágrimas de regocijo y felicidad brotaban de mis ojos, pensando en el amor y el sacrificio de Cristo en la Cruz. ¡Una ferviente añoranza! En esto radica lo inconmensurable de lo divino, el Paraíso. Debido a que amas a Cristo, repites esas palabras con una fuerte añoranza, desde el corazón. Y, poco a poco, las palabras se pierden. El corazón se siente tan rebosante, que basta con decir: “¡Jesús mío!”, y nada más.

(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003,  pp. 216-217)