Señor, tengo hambre y sed... ¡estoy agobiado!
Desde hace veinticinco años ando por los extravíos del pecado. ¿Quién podría darme la felicidad? ¿Quién podría ofrecerle paz a mi alma? ¿Quién podría darme lo que tanto había estado buscando?
Tengo sed, Señor, tengo hambre, estoy extenuado por tantos años de vagar por los caminos de este mundo. Desde hace veinticinco años ando por los extravíos del pecado. Desde hace veinticinco años estoy como el paralítico de Betesta, sin que venga alguien a sumergirme en el estanque del arrepentimiento, para así hallar mi salvación.
Y cuando recuerdo los primeros años de mi vida, las lágrimas inundan mis mejillas. Porque nací en pecado, porque viví sin ninguna guía, porque perdí tantos años por las calles de muchas ciduades, buscando paz para mi alma y consuelo. Pero, después de tantos años de búsqueda y agitación, vi que no había hallado lo que estaba buscando. ¿Quién podría darme la felicidad? ¿Quién podría ofrecerle paz a mi alma? ¿Quién podría darme lo que tanto había estado buscando? Entonces, como un forastero, hambriento y agobiado, me aparté de aquel mundo, tan extraño y tan vacío, y vine aquí, a donde estás Tú, Jesús mío. Justo aquí te encontré. Y recién he empezado a encontrar algo de consuelo, alivio y esperanza.
(Traducido de: Mi-e dor de Cer, Viața părintelui Ioanichie Bălan, Editura Mănăstirea Sihăstria, 2010, p. 133)