¡Acuérdate de la vida eterna!
¡Apiádate de ti mismo! Si creyeras en una vida eterna, estarías listo para sacrificarlo todo: tu trabajo y tus bienes, tu descanso y tu salud, tu vida misma.
¿Crees, acaso, en una vida futura llena de felicidad, en una vida sin fin? ¿Crees también en los tormentos eternos, preparados para los pecadores que no se arrepienten? No, no crees, o si crees, es débil y vagamente, sin claridad. ¡Apiádate de ti mismo! Si creyeras en una vida eterna, estarías listo para sacrificarlo todo: tu trabajo y tus bienes, tu descanso y tu salud, tu vida misma. Pero, al contrario, sigues viviendo en la indiferencia: pierdes el tiempo, desperdicias tus bienes en cosas inútiles, te deleitas con toda clase de placeres, te olvidas de pensar en la futura e inexorable ira de Dios, evitas redimir tus incontables pecados y tu arrepentimiento no es sincero. ¡Acuérdate con mayor frecuencia, hombre, de la eternidad! ¡No olvides que todo lo de esta vida no es sino corrupción! En la vida eterna, no obstante, lo que hay es una paz infinita, un gozo sin fin, una luz incesante, una grata fragancia que no se agota, y la contemplación perpetua de la luz divina. Así pues, ¡sírvele a Dios, no a tus propias pasiones!
(Traducido de: Sfântul Ioan de Kronstadt, Liturghia – cerul pe pământ, Editura Deisis, 2002, p. 228)