Agradecerle a Dios es, en verdad, justo y necesario
Agradecerle a Dios cuando todo va bien no es algo admirable. Agradecerle por las pruebas que enfrentes sí que es algo prodigioso, admirable y digno de todo elogio.
El mundo conoce a Job, después de tantos siglos, no por haber repartido sus bienes entre los pobres, sino por haber conservado la cordura cuando perdió todo lo que tenía; no por haber vestido a los pobres con ropa hecha con la lana de sus ovejas, sino por haber glorificado a Dios cuando cayó fuego del cielo y todo su ganado murió. Antes, vistiendo a los pobres, fue misericordioso; después, también fue misericordiso, ensalzando a Dios por su propia miseria. Y así se hizo portador de la sabiduría celestial. Antes, fue caritativo, y después glorificó a Dios. No se dijo a sí mismo: “¿Por qué me pasa todo esto a mí? ¿Por qué perdí todas mis ovejas, con las cuales alimentaba a tantas personas? Y si no era digno de gozar de mi hacienda, ¿por qué al menos Dios no se compadeció de los pobres?”. Ningún pensamiento de este tipo pasó por su cabeza. Al contrario, conociendo que Dios dispone todo para que nos sea útil, le agradeció. Ciertamente, agradecerle a Dios cuando todo va bien no es algo admirable. Agradecerle por las pruebas que enfrentes sí que es algo prodigioso, admirable y digno de todo elogio.
Si los que se enriquecen injustamente o robando a los demás se entristecen y caen la desesperanza cuando pierden algo de su propiedad, ¿cuántos elogios no tendríamos que dirigirle a Job, quien aun viéndose privado de todo lo que había ganado trabajando honradamente, no perdió la esperanza en Dios y tampoco dejó de agradecerle?
(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de Aur, Problemele vieții, Editura Egumenița, p. 266-267)