Algunos aspectos de la vida de San Calínico de Cernica
Debido a que jamás comía carne, respetando la norma monástica, ordenó que todos los clérigos del episcopado hicieran lo mismo.
Contaba su discípulo que, desde 1820 y hasta que murió, el padre Calínico nunca comió pescado, sino solamente verduras cocidas, y una vez al día. Los sábados probaba un poco de mantequilla, huevo, queso y leche, para vencer la soberbia.
Además, desde 1850, cuando fue elegido como obispo, y hasta 1868, cuando murió, no modificó en nada su regla de vida monacal, esforzándose como el que más en practicar las virtudes. Incluso sus vestimentas episcopales no eran en nada más elegantes que las que utilizaba cuando era el stárets del Monasterio Cernica.
Cuando era obispo de Râmnic, San Calínico se pasaba la mayor parte del tiempo leyendo. Para que el sueño no viniera a raptar su mente de lo que estaba haciendo, solía poner sobre el libro un peso metálico redondo, y abajo, en el suelo, un cubo de hojalata. Una vez venía el sueño y el libro se tambaleaba en sus manos, el peso metálico caía en el cubo y el estrépito espabilaba al virtuoso anciano. Así era como lograba dominar su voluntad y su cuerpo.
Debido a que jamás comía carne, respetando la norma monástica, ordenó que todos los clérigos del episcopado hicieran lo mismo. Un día, mientras estaba sentado en el porche de la casa episcopal, sintió que de alguna parte venía un fuerte olor a carne frita. Se levantó y, siguiendo el rastro del olor, llegó a la celda de un monje. Llamó suavemente a le puerta y entró. Ciertamente, el monje que vivía ahí estaba preparando un buen trozo de carne. Lleno de enojo, San Calínico empezó a reprenderlo, diciendo:
—¡Tú, buitre! ¿No te has saciado ya? ¿No ves que estás preparando comida para los gusanos y el hedor?
En verdad, San Calínico quería que sus discípulos fueran monjes íntegros, no sólo de palabra.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, pp. 423-424)