Amar es sentir el dolor del otro
¡Si amas al otro como a un hermano, le limpias la nariz con tu propio pañuelo y te lo pones nuevamente en el bolsilllo!
En la persona de nuestro hermano vemos a Cristo. Todo lo que hacemos para agradar a nuestro hermano, es como si lo hiciéramos para el mismo Cristo. “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mateo 25, 40).
En cierta ocasión, un hombre me trajo a su hijo, que estaba poseído, para que le ayudara. En ese momento también vino a verme un conocido mío. En confianza, llamé aparte a aquel angustiado padre para que conversáramos, porque sabía que era culpa suya que el muchacho sufriera por causa del maligno. El chico venía en un estado terrible. A pesar de su edad y robustez, ni siquiera podía limpiarse la nariz... Cuando mi conocido lo vio, se acercó a él, se sacó el pañuelo del bolsillo, le limpió la nariz y después volvió a poner el pañuelo en su lugar. Luego, se quitó la crucecita de oro que llevaba en el cuello y se la puso al muchacho. Pero creo que esto no es lo más importante: ¡con cuánto afecto, con cuánto amor le limpió la nariz al chico! Me quedé asombrado. Sintió dolor por él, como si fuera su hermano. Si no lo hubiera considerado como un hermano, ¿habría hecho eso? ¡Si amas al otro como a un hermano, le limpias la nariz con tu propio pañuelo y te lo pones nuevamente en el bolsilllo! Pero, si no lo sientes como a un hermano, es como un cuerpo extraño: si te toca un poco, inmediatamente te sobresaltas, si te salpica con un poco de saliva, inmediatamente corres a lavarte.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi și virtuți, Ed. Evanghelismos, București, 2007, p. 224)