Amar a quien nos hace el mal
A aquel que nos agobia y nos aturde, debemos amarle serenamente, sin que él note nuestro afán.
El amor debe ser sincero. Y solamente el amor de Dios es sincero. A aquel que nos agobia y nos aturde, debemos amarle serenamente, sin que él note que nuestro afán. Por eso, debemos evitar exteriorizar demasiado nuestro esfuerzo, para que no se oponga. No olvidemos que el silencio nos libra de todos los males. ¡Qué cosa tan grande es saber controlar la lengua! En misterio, el silencio se irradia hacia nuestro semejante. Voy a relatarles algo.
Una hermana muy respetuosa de los preceptos monásticos, le dijo un día a su padre espiritual:
—La hermana R. nos perturba a todas con su temperamento y su forma de ser. Realmente, no podemos soportarla.
Y el padre le respondió:
—Tú eres peor que ella.
Al principio, la monja se llenó de asombro y se opuso, pero después de escuchar la explicación del anciano, entendió todo y quedó satisfecha. ¿Qué le dijo el padre?
—Si a ella la domina un espíritu maligno que la induce a comportarse como dijiste, ese mismo espíritu también se enseñorea en tu interior, a pesar de que supuestamente eres más virtuosa que ella. ¿Y qué es lo que pasa finalmente? Que dicho espíritu se burla de ambas. La hermana R. cae en ese estado sin quererlo, mas tú, con tu animadversión y tu falta de amor, haces exactamente lo mismo. Con esto, no sólo no la ayudas a ella, sino que también te perjudicas a ti misma.
(Traducido de: Ne vorbeşte părintele Porfirie – Viaţa şi cuvintele, Traducere din limba greacă de Ieromonah Evloghie Munteanu, Editura Egumeniţa, 2003, p. 309)