Palabras de espiritualidad

Ante todo, tenemos que ser libres en nuestro interior

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

¡Cada persona que nos encontremos en nuestro paso por este mundo tiene derecho a la existencia, porque encierra un gran valor en sí misma! 

Para mí, llevar una vida pública no representa nada distinto a llevar una vida de asceta, en la soledad. Es mucho más fácil, de cierta forma, ser pobre materialmente, que ser pobre en tu vida interior, que vivir sin ataduras. Insisto, no es sencillo vivir sin ataduras. Y no es posible alcanzar ese nivel sino progresivamente, digamos, de año en año. Solo así aprendes a apreciar las cosas en su justo valor y a ver a los demás sin el deseo de someterlos, sino para enseñarles la belleza de la auténtica vida interior.

Por ejemplo, tomar una flor del jardín significa someterla, destruirla. El voto de pobreza he ha hecho capaz de apreciar de mejor manera cualquier cosa. Sin embargo, para poder llegar a esa altura, se necesita, ante todo, aprender a ser verdaderamente libre en tu interior. Hay momentos en los que es necesario ausentarnos físicamente, con tal de aprender qué significa, con relación a algo o a alguien, vivir en ti mismo y solamente como espejo de tus propias emociones. Muy a menudo, cuando decimos “yo te amo”, lo hacemos poniendo un énfasis especial en la palabra “yo”, y pronunciando el “te” casi imperceptiblemente. Utilizamos la palabra “amar” como una conjunción, sin ver en ella un verbo que implica acción. 

Es inútil pretender escrutar el espacio, con la esperanza de descubrir allí a Dios en toda Su grandeza. Lo que tenemos que hacer es ver atentamente a nuestro prójimo, esa persona a quien Dios quiso darle la vida y por quien murió. ¡Cada persona que nos encontremos en nuestro paso por este mundo tiene derecho a la existencia, porque encierra un gran valor en sí misma! ¡Tristemente, la mayoría de nosotros no estamos acostumbrados a ver las cosas desde esa perspectiva!

 (Traducido de. Antonie Mitropolit de Suroj, Şcoala Rugăciunii, Sfânta Mănăstire Polovragi, 1994, p. 11)

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