Antídoto contra la desesperanza
¡En vez de caer en desesperanza, glorifica a Dios! Abre tu corazón a Él, llámalo orando con fuerza, háblale en voz alta, alabándolo. Sólo así tu sufrimiento disminuirá, porque, agradeciendo, el maligno huye, y la ayuda de Dios viene a tu encuentro y te protege.
¡En vez de caer en desesperanza, glorifica a Dios! Abre tu corazón a Él, llámalo orando con fuerza, háblale en voz alta, alabándolo. Sólo así tu sufrimiento disminuirá, porque, agradeciendo, el maligno huye, y la ayuda de Dios viene a tu encuentro y te protege.
Si blasfemas, no sólo perderás el auxilio de Dios, sino que también el demonio te atacará más fuertemente, dañándote cada vez más. No hay mejor que el agradecimiento, así como no hay nada peor que blasfemar. El agradecimiento es un tesoro inmenso, una riqueza creciente, un bien incesante, una poderosa arma. Al contrario, las imprecaciones profundizan el mal y nos quitan aún más de lo que ya hemos perdido. ¿Perdiste dinero? Si le agradeces a Dios, estarás aprovechando a tu alma y obtendrás riquezas aún mayores, porque te has ganado la buena voluntad del Señor. Sin embargo, si comienzas a imprecar, perderás además tu salvación. Siendo incapaz de encontrar ya a Dios, también tu alma estará perdida.
“¡Pero es que tengo problemas...! ¿Cómo no perder mi equilibrio?”, te podrás justificar ante mí. Pero no es culpa mía, tu indiferencia es la culpable.
¿Es culpable la pobreza? No, porque si así fuera, todos los pobres deberían blasfemar sin parar. Pero vemos que la mayoría de pobres en vez de renegar y maldecir, viven en continuo agradecimiento con Dios, mientras que hay muchos millonarios que no dejan de imprecar y blasfemar. Luego, no digas que la enfermedad, la pobreza y la vida dura nos empujan a blasfemar. No se trata de la pobreza ni la enfermedad: es el desprecio a Dios. No son los sufrimientos que aparecen uno tras otro, sino la falta de devoción lo que nos lleva a blasfemar y a cometer cualquier clase de maldades.
(Traducido de: Glasul Sfinţilor Părinţi, traducere de Părintele Victor Mihalache, Editura Egumeniţa, 2008, pp. 262-263)