Aprendamos a desarraigar de nosotros el amor al pecado
Cuando eres orgulloso, no te agrada que nadie te haga la más mínima corrección; al contrario, te enfada si alguien te hace alguna observación. Esto, ciertamente, demuestra que sufres de orgullo.
San Moisés el Moro, a quien nuestra Iglesia recuerda el 28 de agosto, fue el más experimentado de los Padres del desierto, aún cuando de joven fue un malhechor. ¡Un bandido que llegó a santo! ¿Cómo puede ocurrir algo así? ¡Utilizando para el bien las mismas energías que utilizó para obrar el mal!
Se dice que alguien oraba así: “¡Señor, concédeme amarte del mismo modo en que antes amé el pecado!”. Es como decirle al Señor: “Con el amor que llevo en el alma amé el pecado; con ese mismo amor ahora quiero amarte a Ti, al menos como antes amé el pecado”.
(El escritor rumano) Nicolás Iorga dice que sólo los dientes enfermos sienten si los alimentos que reciben están fríos o calientes. Si los dientes no están enfermos, no sienten dolor ni cuando se bebe algo frío, ni cuando se bebe algo caliente, en tanto que, estando enfermos, sufren. Lo mismo ocurre con el orgullo.
Cuando eres orgulloso, no te agrada que nadie te haga la más mínima corrección; al contrario, te enfada si alguien te hace alguna observación, Esto demuestra que sufres de orgullo. Pero, si aceptas de buen grado lo que se te dice, es como si te estuvieran honrando, y tú estarás venciendo el orgullo.
(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Veniţi de luaţi bucurie, Editura Teognost, Cluj-Napoca, 2001, pp. 97-98)