Así es como debemos orar cuando la desesperanza venga a atacarnos
“¡Acepta, oh Clemente, mi oración! No te alejes de mí. Perdona mis incontables pecados. Escucha mi oración y perdona todo el mal que he cometido”.
«Hermanos», nos enseña San Antioco, «cuando la desesperanza venga a atacarnos, no cedamos ante ella, sino que, fortalecidos y protegidos por la luz de la fe, con valor, digámosle lo siguiente al espíritu del mal: “¿Qué relación podríamos tener contigo, que eres uno que renegó de Dios, uno que cayó del Cielo, un siervo malvado? ¡No nos podrás hacer nada! Sobre nosotros, como sobre todas las criaturas, tiene poder solamente Cristo, el Hijo de Dios. Ante Él hemos pecado, sí, pero también frente a Él seremos juzgados. ¡Apártate de nosotros, so miserable! ¡Con el poder de la Santa Cruz de Cristo aplastaremos tu cabeza de serpiente!”».
Y oremos con devoción.
«Señor y Soberano de Cielos y tierra, Rey eterno, concédeme que se abran también para mí las puertas de la contrición, para que, con el corazón contrito, pueda orar al único Dios verdadero, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que es la luz del mundo. ¡Acepta, oh Clemente, mi oración! No te alejes de mí. Perdona mis incontables pecados. Escucha mi oración y perdona todo el mal que he cometido. Te pido la paz que no encuentro, porque mi conciencia me reprende. Anhelo la paz, porque la paz es lo que he perdido por todas mis faltas.
¡Escúchame, Señor, porque he caído en la desesperanza! Habiendo perdido toda esperanza y todo pensamiento de enmienda, acudo a Tu misericordia. ¡Apiádate de mí, que he caído y seré condenado por mis pecados! ¡Ten piedad de mí, oh Señor, porque estoy lleno de iniquidades, mismas que me tienen atado con unas pesadas cadenas! ¡Solamente tú me puedes liberar y sanar!».
(Traducido de: Un serafim printre oameni – Sfântul Serafim de Sarov, Editura Egumeniţa, 2005, p. 352-353)