Palabras de espiritualidad

Asumiendo nuestra responsabilidad en los momentos de necesidad

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Si nos duele algo, los más indicados para orar somos nosotros mismos. Entonces nuestra oración adquiere un impulso extraordinario y puede llegar a Dios. Esta oración debe tener un equivalente en nuestra vida, algo que venga a combinarse con ella, para que nuestra lucha espiritual sea más intensa.

Hay muchas personas que, a pesar de que no oran de forma continua, sí que reconocen la fuerza y el valor de la oración y, en momentos de tribulación, acuden al auxilio de la Iglesia y a los monasterios, para pedir a monjes y sacerdotes que eleven plegarias en su nombre. Esto no es necesariamente algo malo, aunque, de hecho, demuestra que tales personas no quieren asumir su propia responsabilidad. O talvez no quieren asumir el esfuerzo de la oración (porque toda oración implica un esfuerzo). Si nos duele algo, los más indicados para orar somos nosotros mismos. Entonces nuestra oración adquiere un impulso extraordinario y puede llegar a Dios. Esta oración debe tener un equivalente en nuestra vida, algo que venga a combinarse con ella, para que nuestra lucha espiritual sea más intensa.

Un padre de familia fue a visitar al padre Paisos. Con mucho dolor, le dijo:

¡Padre, ore, haga algo, por favor...! ¡Mi hijo está muy enfermo!

Y el anciano le respondió:

Claro que haré algo. ¿Pero tú qué harás? Algo tendrás que hacer tú también.

¿Qué puedo hacer, Padre? Haré lo que Usted me ordene...

Deberás luchar contra algo. Por ejemplo, renunciando a algún vicio. ¿Fumas?

Sí, Padre.

Entonces, por la salud de tu hijo, renuncia al cigarrillo.

En aquel instante, el hombre se metió la mano al bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos. Luego lo puso sobre la mesa, diciendo:

Por la salud de mi hijo... ¡desde este momento dejaré de fumar!

Y, en verdad, al poco tiempo el hijo de aquel hombre sanó.

En otra ocasión, algo semejante ocurrió, pero con un final diferente. Otro hombre vino a pedirle al padre que orara por la salud de su hijo enfermo. El anciano le respondió con las mismas palabras:

¡Por supuesto que voy a hacer algo! ¿Pero tú...? ¿Qué harás por la salud de tu hijo?

¡Lo que Usted diga, Padre! Por la salud de mi hijo estaría dispuesto a saltar desde el sexto piso del edificio en donde vivo. ¡Créame, hasta eso sería capaz de hacer!

Bien. No es necesario que hagas eso que dices. Mejor renuncia a algún vicio que tengas. Si fumas, por ejemplo, deja de hacerlo.

El gesto de aquel hombre cambió.

Padre, pídame saltar desde el sexto nivel... ¡pero no me pida dejar de fumar! ¡Eso sí que no!

Y, tristemente, el muchacho no se recuperó. Su papá no quiso ayudar en el esfuerzo y la oración del anciano.

En el Paterikón encontramos:

Dijo el anciano Moisés: “Si no se une la acción a la oración, todo es inútil”. Y alguien le preguntó: “¿Cómo unir nuestras obras a nuestra oración?”. Y él respondió: “Cuando el hombre renuncia a su propia voluntad, Dios lo recibe y atiende su oración. No debemos pedirle a Dios que nos libre de algo. Y es que, cuando el hombre abandona su propia voluntad, se hace amigo de Dios y Éste escucha su oración”.

Una persona le pidió al padre Epifanio Theodoropoulos:

¡Padre, ore por mí!

Y, lleno de sabiduría, el padre le respondió:

Hijo mío, es imposible que consigamos algo si yo oro y tú duermes.

(Traducido de: Arhimadrit Nectarie Antonopoulos, Sfântul Luca al Crimeii, minunile contemporane, p. 151-152, Editura Sophia)