¡Ayúdame, Señor!
¡Señor y Salvador mío! ¿Por qué me has abandonado? ¡Apiádate de mí, Tú que tanto amas a la humanidad! ¡Sálvame a mí, aunque sea un pecador, Tú que eres el único sin pecado!
Nadie puede sanar mi enfermedad, a excepción de Aquel que conoce lo profundo del corazón.
¡Cuántas veces no he puesto una barrera entre el pecado y yo! No obstante, mi propia mente ha sobrepasado esos límites y mi voluntad ha derribado todos los muros, porque tales límites no eran defendidos por el temor de Dios y los muros no tenían como cimiento la auténtica contrición.
Nuevamente llamo a la puerta, esperando que me abran. No dejo de pedir, para recibir lo que tanto anhelo, y no conozco el rubor al mendigar Tu misericordia, Señor.
¡Señor y Salvador mío! ¿Por qué me has abandonado? ¡Apiádate de mí, Tú que tanto amas a la humanidad! ¡Sálvame a mí, aunque sea un pecador, Tú que eres el único sin pecado!
¡Aléjame de la miseria de mis faltas, para no hundirme en ellas para siempre! ¡Líbrame de las fauces del maligno, que es como león que ruge antes de engullirme!
¡Ven a salvarme con Tu poder! ¡Haz que relumbre Tu rayo y ahuyenta a mi enemigo, porque él no resiste estar frente a Ti y frente a todos los que te aman! Y, una vez vea la señal de Tu Gracia, se aterrará y se retirará lleno de vergüenza.
¡Y ahora, Señor, sálvame, porque en Ti me amparo!
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Psaltire, Editura Sophia, pp. 26-27)