Breves consejos para un monje de nuestros días
El demonio siempre busca cómo asentar su trono en la mente y en el corazón del hombre. Lo que debemos hacer es ahuyentarlo con nuestro ayuno y oración.
Padre Gervasio (Hulubariu), quisiera pedirle un consejo: tengo remordimientos, porque no puedo cumplir con mi regla de oración como cuando era joven.
—¡No te apegues tanto a la letra y la forma! Busca primero la gloria de Dios y el provecho de tu semejante, y ten esperanza. He de decirte que yo tampoco puedo hacer ya casi nada. Por eso, lo mejor es que el monje cumpla lo mejor que pueda su canon cuando es joven, porque en la vejez, por mucho que quiera, ya no podrá hacerlo.
A veces me pongo a pensar que lo mejor sería volver a mi anterior monasterio. ¿Es correcto pensar así?
—Todo esto es una tentación generada por tu misma soberbia. Cada uno quiere salvarse a sí mismo, olvidándose de sus semejantes. Se equivoca quien dice que en tal o cual monasterio no puede salvarse, porque la gente de ahí es mala y no se siente bien en aquel lugar. Dondequiera que te encuentres, allí también está Dios a tu lado. Porque, en el lugar donde oras, en donde obedeces y respetas la voluntad de Dios, allí también hay salvación. Luego, es pecado cavilar de esa manera.
¿Cómo se salvan los monjes que, viviendo cerca de la ciudad, sienten que no tienen paz y no pueden orar entre tanto ruido y tumulto?
—Más fuerte es el ruido de la mente que el ruido de la ciudad. A ese barullo sí que hay que temerle. Porque el maligno ataca implacablemente al monje, por medio de los pensamientos y la imaginación. El demonio siempre busca cómo asentar su trono en la mente y en el corazón del hombre. Lo que debemos hacer es ahuyentarlo con nuestro ayuno y oración, haciéndonos el trono de la Etimasia, el del Cordero de Dios y del Espíritu Santo.
(Traducido de: Arhimandrit Ioanichie Bălan, Patericul românesc, Editura Mănăstirea Sihăstria, p. 642)