Buscando una salida al círculo vicioso de las tentaciones
Buscando cómo librarse en el futuro de semejantes situaciones, el alma debe imponerse normas claras para rechazar las causas de esos estados.
¿Qué significa que, hallándonos en el fragor de la batalla, no debemos tomar medidas para la próxima que tengamos que librar?
—Me parece que dicha idea es suficientemente clara y no necesita mayor explicación... El alma que anhela la pureza y, especialmente, que ha probado la dulzura de la paz interior, no nuede dejar de sufrir cuando se aviva en ella la miseria de las pasiones o cuando su sosiego se ve perturbado por cualquier cosa. Entonces el alma se llena de descontento consigo misma y se enfada debido al estado tan desagradable en el que se halla. Buscando cómo librarse en el futuro de semejantes situaciones, el alma debe imponerse normas claras para rechazar las causas de esos estados.
Pero no debe hacerlo hallándose sumergida en ese descontento, molesta consigo misma, porque la ira no conoce ninguna medida y le hará asumir cánones tan severos que no podrá respetarlos a pie juntillas y tendrá que cambiarlos al poco tiempo. Y ese cambio representará una nueva derrota, siempre llena de peligro.
Voy a poner un ejemplo de esto. Sin proponértelo, dormiste de más, digamos que por una hora. Por eso sientes una cierta debilidad, una frialdad, una inestabilidad en tus pensamientos. Te sientes enfadado porque, en esa hora que perdiste durmiendo, dejaste de orar o de asistir a la iglesia. Adenás, la causa de ese sueño tan profundo fue que comiste más de la cuenta antes de acostarte, y esto porque antes de cenar vino alguien a visitarte y te distrajo, pasando después a comer desmesuradamente, sin notar lo que estabas haciendo. Juzgando lo sucedido, lleno de enojo, te impones no volver a recibir a nadie; asimismo, pides que al comer te sirvan sólo una clase de comida —mejor si son solamente dátiles—, o decides ya no volver a dormir en tu lecho, sino sentado en una poltrona. Dicho y hecho: pides que te ayuden a sacar tu cama. Al día siguiente, te anuncian que viene alguien a buscarte, y lo rechazas. Te dicen que es X o Y, cualquier persona importante con quien necesariamente debías verte. Aunque quisieras recibirla, no puedes renunciar a la norma que has impuesto. Al mediodía comes solamente un poco. El problema es que, al terminar, sientes que el almuerzo fue demasiado frugal y te duele que no hayan desobedecido tus órdenes y no te hayan servido un poco más de comida. Finalmente, llega la hora de dormir. Te sientas en tu poltrona, acurrucado, pero no consigues pegar un ojo. Empiezan a pasar las horas... Finalmente, luego de una larga espera, el sueño se hace presente, aunque no por mucho tiempo. Aún queda mucho para el amanecer, pero no puedes conciliar el sueño, aunque sientes que necesitas descansar. Pasa una hora, luego dos, tres... Llega la hora de levantarse. Te levantas, pero tu cabeza es una nebulosa, te duele la espalda, tus piernas apenas tienen estabilidad, sientes que tus manos no obedecen tus órdenes. Te sientes enfermo. Entonces, más tarde pides que te lleven de vuelta tu cama y que te sirvan una comida gustosa y suculenta, para después acostarte a dormir. Habiendo dormido por varias horas, la cena se te sirve muy tarde y también de forma abundante. En la cena, hablas con todos y cada uno, cosas de provecho y también cualquier clase de trivialidades. ¿Ves hasta qué punto has llegado? ¿Y cuál es la causa de todo esto? Simplemente, que no has empezado a tiempo a prevenir la caída.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Învățături și scrisori despre viața creștină, Editura Sophia, București, 2012, pp. 121-122)