Cada cruz sigue llevando, en misterio, a Cristo crucificado
Así como esas palabras, que Él pronunció una sola vez, otorgan el poder para que el pan y el vino se transformen, durante la Divina Liturgia, en Su Cuerpo y Sangre, así también la Cruz en la que estuvo clavado, continua llevándolo por siempre. Podemos decir que el que ha entendido el misterio de la Cruz, ha entendido también la vida, y el que ha entendido la vida, ése puede conocer también la felicidad.
Muriendo con los brazos extendidos en la Cruz, Jesús abarcó con Su abrazo a todos los hombres y a la creación entera.
Él mismo murió en forma de Cruz. Por eso y desde entonces, todas las cruces hechas a semejanza del madero en el que fue crucificado Jesús, tienen un poder especial. No sólo son la imagen de esa en la que fuera crucificado el Redentor. Cada cruz continua llevando sobre sí misma, en misterio, a Cristo crucificado. Así como esas palabras, que Él pronunció una sola vez, otorgan el poder para que el pan y el vino se transformen, durante la Divina Liturgia, en Su Cuerpo y Sangre, así también la Cruz en la que estuvo clavado, continua llevándolo por siempre. Podemos decir que el que ha entendido el misterio de la Cruz, ha entendido también la vida, y el que ha entendido la vida, ése puede conocer también la felicidad.[…]
La Cruz es el más elevado símbolo del cristianismo, el soporte de la escalera que nos lleva al Cielo, la bandera de la humanidad. Por medio de la Cruz el maligno fue vencido. La Cruz aleja los demonios. Su línea vertical representa el vínculo entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, mientras que su línea horizontal nos habla del vínculo entre persona y persona, fundamentadas en Dios. Une, al mismo tiempo, la mente con el corazón, hombro con hombro, es decir, fuerza con fuerza, en Cristo. La Cruz nos fue dada como el arma más poderosa en contra del maligno, en contra de los poseídos, en contra de las tentaciones, de las penas, porque estamos seguros de que por medio de ella, Jesucristo venció.
(Traducido de: Preot Boris Răduleanu, Semnificaţia Duminicilor din Postul Mare, vol. II, Editura Bonifaciu, Bucureşti, 1996, pp. 127-129)