Cada uno de nosotros es un Judas en potencia
Si consideramos que somos superiores a Judas —y que él fue un “demente”, cosa que nosotros no somos—, estamos equivocados. Tal como Judas, cada uno de nosotros tiene ciertas pasiones en el corazón.
En 1982, meses antes de morir, el padre Serafín habló nuevamente sobre el peligro de dejar que nuestra opinión ensombrezca a Dios y Su voluntad para nuestras vidas. Fue el Miércoles Santo, el día en que la Iglesia recuerda la traición de Judas, cuando el padre Serafín habló en su homilía sobre la forma en que el “pobre corazón” de Judas, escondiéndose tras una máscara de honra, le hizo entregar a Dios para que fuera clavado en la Cruz. Después de leer el pasaje indicado en el capítulo XXVI del Evangelio Según San Mateo, el padre Serafín comenzó:
«En este pasaje de la Escritura, leemos cómo, cuando nuestro Señor se preparaba para Su Pasión, se le acercó una mujer y le ungió con un perfume muy costoso. Es conmovedor cómo nuestro Señor aceptaba tales muestras de amor por parte de personas simples. Pero, al mismo tiempo, Judas, uno de los doce que estaban con Él, observó lo que ocurría y algo en su corazón cambió. Este fue el “último tallo de paja”, porque Judas fue el que recibió el dinero como pago, para luego pensar que fue un precio de sangre. Veamos el juicio lógico que tiene lugar en su mente. Lo escuchamos pensando sobre Cristo: “Creía que este hombre era en verdad alguien importante. Pero malgasta el dinero, no hace bien las cosas... y se cree que es importante...”, y toda clase de ideas sueltas y semejantes, que el demonio le envía a la mente. Y fue con su pasión (la avaricia), que el maligno lo atrapó y lo llevó a traicionar a Cristo. Él no quería traicionar a Cristo; soleamente quería dinero. Pero no se cuidó (de la influencia del demonio) y tampoco crucificó sus vicios.
Cualquiera de nosotros puede hallarse en la misma situación. Debemos analizar lo que hay dentro de nuestro corazón, para darnos cuenta con cuál de nuestras pasiones nos atrapará el demonio, con tal de inducirnos a traicionar a Cristo. Si consideramos que somos superiores a Judas —y que él fue un “demente”, cosa que nosotros no somos—, estamos equivocados. Tal como Judas, cada uno de nosotros tiene ciertas pasiones en el corazón. Por eso, no debemos olvidarlas. Podemos ser atrapados con nuestro amor a la pureza, con nuestro amor por lo correcto, con nuestro amor a un sentido de lo que es bello... Cualquiera de nuestros pequeños errores, a los cuales nos aferramos, puede ser el asidero para que el demonio nos atrape. Y, atrapados, podemos empezar a justificarnos ese estado “lógicamente”, basándonos en nuestras pasiones. Y con ese proceso “lógico” de pensamiento podemos terminar traicionando a Cristo, si no nos cuidamos y si soslayamos el hecho de que estamos llenos de pasiones, de que cada uno de nosotros es un Judas en potencia. Por eso, cuando aparece la ocasión propicia —cuando la pasión empieza a obrar en nosotros de forma “lógica”, comienza a devenir de pasión en traición—, tendríamos que detenernos en el acto y decir: “¡Señor, ten piedad de mí, pecador!”.»
(Traducido de: Ieromonah Damaschin, Viața și lucrările părintelui Serafim Rose, Editura Sophia, București, 2005)