“Cenar” con Dios
El sencillo hecho de saborear nuestros alimentos es una ocasión para ser agradecidos. Es como si se nos diera una oportunidad, una invitación para compartir la maravillosa creación de Dios.
Los sentidos nos fueron dados para que pudiéramos comunicarnos con Dios. Él, en Su Omnisciencia, nos creó para que disfrutáramos lo que comemos. El sencillo hecho de saborear nuestros alimentos es una ocasión para ser agradecidos. Es como si se nos diera una oportunidad, una invitación para compartir la maravillosa creación de Dios por medio del acto de disfrutar de los alimentos que nos ofrece Su tierra. Es un momento para “cenar con Dios”.
Y, mientras hacemos esto, sería maravilloso que los versos del Acatisto “Gloria a Dios por todo” nos tocaran el alma y consolaran nuestros pensamientos, repitiendo: “¡Gloria a Ti, por el gusto diferente de cada grano y de cada fruto!”.
Mientras más rápido comemos, más es lo que ingerimos. Cuando comemos despacio, podemos paladear y saborear nuestros alimentos. Si lográramos ver el momento de comer como uno para agradecerle a Dios y participar de Su creación, dejaríamos de comer apresurados. Tenemos que aprender a comer despacio y a apreciar mucho más el acto de alimentarnos.
Si comemos rápido, no sentimos el sabor de la comida. Las papilas gustativas están situadas en la lengua, no en el estómago; luego, no tenemos por qué apresurarnos para que lo que comemos llegue “abajo”. Insisto, no tenemos que precipitarnos cuando nos alimentamos, para darle a lo que comemos la oportunidad de acariciar nuestras papilas, mismas que quedan satisfechas después de interactuar con lo que comemos y bebemos.
(Traducido de: Rita Madden, Hrana, credința și postul. O călătorie sacră spre o sănătate mai bună, Editura Doxologia, Iași, 2018, pp. 76-78)