¿Cómo actuar con nuestros hijos que escuchan música “inapropiada”?
La atracción por esta clase de música proviene de la inquietud de los chicos, de la profunda agitación que quieren llenar con algo ruidoso. El hombre de hoy necesita el ruido para no escuchar la desesperación de no saber para qué nació, para qué crecer, qué hacer, por qué hacerlo, a dónde ir… y no quiere ni ver ni escuchar nada de eso.
¿Cuál cree usted que es el remedio para sanar a quienes aman la música perniciosa, como el rock?
—Para poder encontrar el remedio para algo, primero tenemos que llamar a eso “enfermedad” y, después, ir más allá, hasta nuestras necesidades más profundas. ¿Qué necesidad me empuja a escuchar esa clase de música? Pero… creo que la pregunta me la escribió un padre de familia, no un chico o una chica. Porque, si hubiera sido un chico, la pregunta sería: “¿Cómo puedo convencer a mis padres de que mi música favorita no es diabólica, como creen ellos?”, ¿no? “Según te estremezca, madre, verás quién te está sacudiendo”, ¿sí? Aunque también debo decir que hay creyentes que se estremecen… Hace algún tiempo, asistí a una actividad en Francia, relacionada con el trabajo que hacemos con quienes sufren alguna carencia, alguna necesidad grave. Pero, al llegar, me di cuenta de que era un encuentro que tenía como trasfondo el ecumenismo. ¡Ay de mí! Me acuerdo que había unas personas que invocaban al Espíritu Santo y después caían al suelo… Y yo tenía que cubrir a las damas, porque, al caer, ese “espíritu” las desvestía un poco y no me quedaba más que agacharme para arreglarles la falda… ¡Eh! ¡Qué cosas me toco vivir en ese “encuentro”! Y entonces entendí qué es la “oración con la mente”. Porque me puse a repetir en mi interior, con un fervor y una convicción visibles: “¡No me abandones, Señor!”. En un momento dado, el que presidía la reunión dijo: “¡Esa tiene un espíritu!”, señalándome. ¡Era el espíritu de la oración con todo el corazón y toda la mente!
Bien, el hombre fue hecho para cantar y bailar en presencia de Dios, en el Espíritu Santo. Pero, por culpa del pecado, debido a la presencia y la acción de los malos espíritus en nosotros, el baile en el Espíritu Santo dio lugar a un movimiento litúrgico extremadamente sobrio. Lo que hacemos durante la Divina Liturgia, según el orden establecido, es baile. Baile es el “Isaías baila”, del Sacramento del Bautismo y la Ordenación. ¡Y qué hermoso es! Cómo estremece todo tu ser… sería bueno que pudiéramos presenciarlo alguna vez, todos. Los santos son los laúdes del Espíritu Santo. El hombre es un instrumento musical vivo de Dios. Y, si Dios no está en nosotros, somos como flautas al viento: se sopla por un lado, y por el otro solamente sale un ruido desafinado. Y el hombre, el joven que está pletórico de energía, pero que también se siente asustado por todo y no sabe qué hacer, no entiende para qué nació. ¿Quién “toca la flauta” de los chicos y chicas de hoy en día? La mamá le pide al joven que sea obediente, pero ella no lo es; la mamá le pide que no fume, pero lo amamantó con un cigarrillo en la boca. El padre le pide que sea una persona correcta, y el chico lo vio una vez paseando a otra mujer en el auto… ¿Qué podemos esperar de estos chicos? ¿Qué les hemos ofrecido? Tendríamos que escuchar lo que confiesan… Una niñita que vino a confesarse a nuestro monasterio, porque acababa de cumplir siete años, salió de la iglesia con la cara toda roja, y dijo. “¡En mi vida vuelvo a cometer ese pecado!”. “Pero ¿qué hiciste?”, le preguntó alguien de los que estaban afuera de la Iglesia. “Vi una película de esas que te dan vergüenza”. Seguramente, el padre también se lo había preguntado. “¿Y cómo fue que viste esa película?”. “Con mi papá y mi mamá”. ¿Entonces? No solo los niños son bombardeados desde todas partes con toda clase de miseria… ¿qué cosa virtuosa le podemos decir al niño de hoy, qué le podemos pedir, queridos padres? ¿Que cante los Salmos? Cuando una abuelita tle da una palmada en la mano a su nieto, diciéndole: “¡No te pongas la mano ahí, que es vergonzoso!”, pero, al salir a la calle, el niño ve, en el quiosco de los diarios, la portada de una revista donde aparece una muchacha con la mano “ahí donde es vergonzoso”, ¿qué dirá? “Mi abuelita es una tonta. ¡No tiene nada de malo ponerse la mano ahí!”. ¿Qué esperamos de esos niños? ¿Qué podemos hacer con ellos? Solo nos queda pedirle a Dios: “¡Ten piedad, Señor, de nosotros! ¡Ten piedad de ellos!” y utilizar nuestra autoridad paterna cuando estamos en casa, para que aprendan a ser obedientes. Después, oración, paciencia y esperanza. ¡Hoy en día hay otra lógica! ¡Estamos viviendo el fin de los tiempos! ¡Pero no perdamos la esperanza! El Señor está con nosotros. ¡No temamos! He conocido sacerdotes y monjes muy íntegros, que en su juventud escuchaban esa música rock. Me acuerdo de uno que conocí hace unos años, cuando él estaba en la facultad. Tenía el cabello larguísimo y se enamoró de una chica ortodoxa. Un día, nos contó: “Yo pensaba: ‘Ya la sacaré de ahí, y la llevaré a la discoteca. Mientras tanto, fingiré que soy como ella’”. Y ella lo llevó a la Liturgia de la Pascua, a la media noche. Los ortodoxos “normales” se mantenían de pie como podían… unos cambiaban constantemente de pierna de apoyo, otros se sentaban… Él, no. Él se mantuvo de pie toda la Liturgia, con su orgullo y su empecinamiento de “roquero”, sin siquiera moverse. O, como me escribió una chica: “¿Qué puedo hacer, madre, si los chicos que escuchan rock son más auténticos que los religiosos?”. ¿Ven? ¡Tenemos que hacernos “auténticos”!
Así pues, la atracción por esta clase de música proviene de la inquietud de los chicos, de la profunda agitación que quieren llenar con algo ruidoso. El hombre de hoy necesita el ruido para no escuchar la desesperación de no saber para qué nació, para qué crecer, qué hacer, por qué hacerlo, a dónde ir… y no quiere ni ver ni escuchar nada de eso. Y, al final, cada uno se tapona los oídos con lo que puede. ¡Estén seguros de que ese pequeño niño con el que jugaban ustedes, los padres de familia, sigue vivo! Ese niño sigue escondido en el interior de cada adolescente ruidoso, esperando que alguien le muestre el sentido de la vida y su felicidad. Y entonces se aburrirán de esas cosas, como dicha clase de música, y renunciarán a ella. Claro que los hijos tienen que enfrentar sus propias tentaciones, porque es imposible que no las haya, pero no hay que perder la esperanza, queridos padres y madres. Y tú, joven, trata de encontrar la diferencia, trata de hacerte una pequeña lista, anotando lo que ganas y lo que pierdes escuchando ese “ruido”. O sé honesto/honesta contigo, y di: “Señor, ¿es posible que tanta gente esté equivocada, cuando dicen que esa música no es buena? Yo quiero probar. No quiero creerles ni a unos ni a otros. Simplemente quiero probar”. Y haz esta prueba: deja de escuchar esa música por un mes. Ayuna de esa música. Por ejemplo, en la Cuaresma. Intenta experimentar lo que es un tiempo sin música. Si no puedes, es que tu caso es algo grave, porque te has vuelto dependiente de esa clase de música. Si puedes, después serás capaz de elegir libremente si quieres seguir escuchando esa música o no.