El sol y la oscuridad dentro de nosotros
“El sol, amaneciendo, envía su luz por todos lados. Pero los que tienen los ojos enfermos, al buscar esa luz, se producen un perjuicio mayor. ¿Cuál es la causa de ese daño: la luz o la enfermedad en sus ojos? Demostrado está que es la enfermedad de los ojos, no la luz”.
Las Sagradas Escrituras son la Palabra de Dios. Hoy, así como hace dos mil años, los cristianos estamos frente al Evangelio, así como Pilatos estuvo frente a Jesús. Y aunque sabemos muy bien que la Verdad no podría ser culpable de nada, nos lavamos las manos y la arrojamos a las manos de los judíos, para que la crucifiquen, como si se tratara de un malhechor. La razón, hoy, es la misma que entonces: nuestros vicios espirituales y físicos han ido dejando una marca sobre nuestros ojos y no permiten que la Luz celestial disipe la oscuridad que vive dentro nuestro.
“El sol”, nos dice una antigua prédica, “amaneciendo, envía sus rayos a todas partes; los que cierran los ojos no ven esa luz, sino que se quedan entre tinieblas. ¿Cuál es la causa de su oscuridad? ¿El sol que brilla y alumbra a todos por igual? ¿O el hecho de cerrar los ojos, para no ver esa luz? Demostrado está que no es el sol, sino cerrar los ojos para no ver los rayos de luz”.
“El sol, amaneciendo, envía su luz por todos lados. Pero los que tienen los ojos enfermos, al buscar esa luz, se producen un perjuicio mayor. ¿Cuál es la causa de ese daño: la luz o la enfermedad en sus ojos? Demostrado está que es la enfermedad de los ojos, no la luz”.
Los que han buscado y han visto la luz, pero sin darse cuenta que los ojos de su alma estaban oscurecidos por el orgullo y otros vicios, se dañaron a sí mismos grande y eternamente.
(Arhimandrit Paulin Lecca, Adevăr și Pace, Tratat teologic, Editura Bizantină, București, 2003, pp. 7-8)