Palabras de espiritualidad

Cómo vivir el momento presente

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Si pudiéramos percibir el carácter y el valor de cada momento, que podría ser el último, nuestra vida cambiaría radicalmente.

La mayor parte del tiempo vivimos como si nos halláramos trabajando en un proyecto de vida que habremos de vivir mucho más adelante.

No vivimos de forma definitiva, sino provisional, como si nos estuvieramos preparando para el día en que empezaremos verdaderamente a vivir. Nos parecemos a alguien que escribe un bosquejo, con la buena intención de copiarlo posteriormente. Pero la versión final nunca será escrita; muchas veces la muerte nos alcanzará antes de que podamos hacernos una variante definitiva. Vivimos creyendo que podemos realizarlo mañana. “Viviré de forma aproximada hoy. Mañana actuaré de forma definitiva. Es cierto que las cosas no van bien, pero si me dan un poco de tiempo, las arreglaré pronto o ellas lo harán por sí solas”.

Y, tristemente, todos sabemos que ese tiempo nunca vendrá.

Pensar en nuestra propia muerte no consiste en vivir con un sentimiento de terror permanente, pensando que la muerte nos va a llevar sorpresivamente y que desapareceremos junto a todo lo que hayamos hecho en esta vida. No, ese llamado debe ser interpretado así: “Sé consciente de que todo lo que digas, hagas, escuches, soportes o aceptes hoy, puede ser el último acto de tu vida. En este caso, debe ser una coronación, no una derrota; una cima, un apogeo, y no una caída. Si realizáramos que el momento de encuentro con una persona podría ser el último momento de nuestra vida o de la suya, viviríamos más intensamente concentrados, más atentos a las palabras que pronunciamos y los gestos que hacemos. Porque hasta la acción más banal o la palabra más simple puede ser el resumen de una relación, expresando perfectamente toda la profundidad de aquella, con todo el amor y el cuidado que hay en su interior.

Si pudiéramos percibir el carácter y el valor de cada momento, que podría ser el último, nuestra vida cambiaría radicalmente.

(Traducido de: Mitropolit Antonie de Suroj, Viața, boala, moartea, Editura Sfântul Siluan 2010, p.138-141)