¿Con quién somos generosos?
¿Alguna vez nos hemos preguntado si la comida que conpramos no es demasiado cara, o, dicho en otras palabras, “de lujo”? ¿Nos hemos preguntado si nuestra vida es modesta? Pero somos unos hipócritas. ¿A quién invitamos cuando organizamos un banquete, una comida para muchas personas? A nuestros amigos, porque sabemos que en algún momento nos corresponderán con un gesto similar.
Ya que el Evangelio dice que es necesario que nuestra virtud sobrepase en mucho a la de los escribas y los fariseos (Mateo 5, 20), quienes daban un diezmo de todo lo que tenían, nosotros estamos llamados a dar mucho más que eso de nuestras ganancias. Tristemente, muchos cristianos creen que dando unas cuantas monedas están cumpliendo ya con este deber cristiano de ser caritativos.
Decía un stárets: “¡A nosotros, los cristianos, nos tendrían que arrojar al mar! ¡No somos capaces de hacer tan siquiera lo mismo que los fariseos! ¿Quién da una décima parte de lo que gana?”. Personalmente, no lo sé, no puedo juzgar a nadie. Sin embargo, estoy convencido de que no son muchos los que hacen algo así. Recién cuando damos un poco más que ese diez por ciento, dejamos atrás el fariseísmo y empezamos a entrar, poco a poco, en el cristianismo.
¿Alguna vez nos hemos preguntado si la comida que conpramos no es demasiado cara, o, dicho en otras palabras, “de lujo”? ¿Nos hemos preguntado si nuestra vida es modesta? Pero somos unos hipócritas. ¿A quién invitamos cuando organizamos un banquete, una comida para muchas personas? A nuestros amigos, porque sabemos que en algún momento nos corresponderán con un gesto similar. No salimos a buscar a algún pobre, a alguna persona necesitada, para decirle: “¿Quieres venir a comer con nosotros?”. Nos preocupa que nos pueda dejar la casa llena de “olores”. Algunas veces, incluso en la misma iglesia puedes escuchar a alguien decir: “¡Cómo apesta ese hombre que está ahí, pidiendo dinero para comer!”. ¿Quién de nosotros, los “hombres y mujeres de iglesia”, le ha dicho a algún pobre, aquí, en nuestra parroquia: “¡Ven a mi casa a bañarte! Te voy a buscar una mudada de ropa limpia, para que te cambies. Después, si quieres, puedes quedarte a comer con nosotros”? No hacemos nada de eso. Somos cristianos “de domingo” y pareciera que todo lo que hablamos aquí es en vano.
El amor es el principal rasgo del cristiano verdadero. El Señor dijo: “En esto reconocerán todos que sois Mis discípulos, en que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35). El hombre que no ayuda al necesitado, al que le falta lo mínimo para vivir (Efesios 4, 28; Tito 3, 14; I Juan 3, 17), no tiene amor. Y si no tiene amor, le falta la cualidad del cristiano auténtico. Es decir que no es cristiano. Y la caridad no consiste en dar 50 o 100 monedas, sino en privarnos de algo, en renunciar a alguna necesidad personal más o menos importante, para satisfacer la urgente necesidad del otro.
(Traducido de: Arhimandritul Epifanie Theodoropulos, Toată viața noastră lui Hristos Dumnezeu să o dăm, Editura Predania, București, 2010, pp. 52-53)