¡Conozcamos nuestra fe ortodoxa y demos testimonio de ella!
Viendo a nuestro alrededor, ¿qué es lo que observamos? Nos reencontramos con las mismas y viejas herejías. Son las mismas, pero vestidas de otra manera. Nosotros, sin embargo, somos aún más ignorantes e indiferentes en las cuestiones de nuestra propia fe. Hay decenas y decenas de sectas. Cada una pretende poseer la verdad. En realidad, sólo repiten las viejas herejías.
Viendo a nuestro alrededor, ¿qué es lo que observamos? Nos reencontramos con las mismas y viejas herejías. Son las mismas, pero vestidas de otra manera. Nosotros, sin embargo, somos aún más ignorantes e indiferentes en las cuestiones de nuestra propia fe. Hay decenas y decenas de sectas. Cada una pretende poseer la verdad. En realidad, sólo repiten las viejas herejías. Por ejemplo, se niega la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, como lo hiciera Arrio y por lo cual fuera combatido en el Primer Concilio; también ahora se niega a la Trinidad, confesada con tanta fuerza en el Segundo Concilio. Ahora también se niega a la Madre del Señor, como Deípara. También se niegan los íconos y muchos otros aspectos. Pero, de hecho, lo que se niega con todo esto, es la Encarnación de Dios.
Estén atentos. Los sectarios dicen: “Sí, Jesucristo es Salvador, es el Hijo de Dios... pero no es Dios mismo”. Sin embargo, si no es Dios mismo, no puede ser nuestro Salvador. Retengan esto que les digo. Sólo siendo Dios, Él nos puede llevar al Padre, porque este es, de hecho, el camino que se nos otorgó hacia la salvación. Los Santos Evangelios nos lo dicen muchas veces. Traigo a colación el primer capítulo de San Juan: “La Palabra era Dios” y “la Palabra se encarnó”.
Hermanos cristianos, la fe correcta nos fue revelada por medio del Espíritu Santo y descifrada por santos, quienes alcanzaron ese estado con su forma de vida y los milagros que obraron. Ahora, después de dos mil años, hay cristianos que han olvidado a esos grandes confesores de la Iglesia. Cada uno interpreta la Palabra de Dios como le da la gana, fuera de las verdades establecidas en el sínodo de la Iglesia y de los santos concilios. Esto es un gran error. Debemos conocer nuestra propia fe, única verdadera. En el credo está contenida su esencia. Profundicemos en las verdades contenidas en él y esforcémonos en aplicarlos en nuestra vida. Que Dios nos ayude. Amén
(Traducido de: Preot Boris Răduleanu, Semnificaţia Duminicilor din Postul Mare, vol. II, Editura Bonifaciu, Bucureşti, 1996, pp. 95-96)