Que tu mente esté siempre en Dios, y Él te protegerá. No te aferres al mundo y no pongas tus esperanzas en él. Las bondades del mundo son falsas y aparentes, y lo único que tiene valor es eso que haces para Dios. Que esta sea tu única esperanza, y hallarás consuelo cuando venga la aflicción. Aprende a odiar la gloria del mundo, para que tu corazón pueda ver incesantemente a Dios. Ama la oración frecuente, para que tu corazón se ilumine. Cuida tu lengua, para que en ti venga a morar el temor de Dios. Sé caritativo con quienes te piden, para no tener que avergonzarte ante los santos cuando llegue el momento. Odia los deseos y los deleites, para que el enemigo de tu salvación no se interponga en tu camino. Esfuérzate en la oración, para que no te engullan las fieras salvajes, los espíritus de la maldad. No ames el vino y nunca llegues a embriagarte, para no privarte del gozo espiritual. Ama a los santos, y ellos te auxiliarán el día que los necesites. Sé devoto de los justos, y su devoción te inspirará a seguirlos. Acuérdate siempre del Reino de los Cielos, y ese anhelo encenderá tu fervor. Acuérdate también del infierno, para odiar los actos que llevan a ese lugar.

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Patericul Lavrei Sfântului Sava, Schitul Românesc Lacu, Sfântul Munte Athos, 2000)