Creer para entender
La naturaleza de las cosas divinas es tal, que primero debemos amarlas y solo después entenderlas; de lo contrario, su conocimiento queda inaccesible.
“Entonces, ¿es posible ‘crucificarnos con Cristo’, para hacernos amigos Suyos y ‘colaboradores Suyos’? ¿Qué nos puede responder, amigo nuestro en Cristo?”, preguntó el monje Crisóstomo. El anciano respondió:
—No le responderé al hermano Crisóstomo, porque abriría un tema nuevo, cuyas peripecias ni siquiera puedo imaginar, ya que lo que realmente me interesa discutir aún no ha concluido. Sin embargo, considero indispensable agradecerles, padres, por esta reunión y por las palabras de cada uno de ustedes, palabras muy profundas sobre un tema suficientemente serio, el cual, sin caer en exageraciones, está relacionado con los problemas más importantes del cristianismo y el alma humana. Confieso que pocas veces he conversado sobre estos asuntos, y quizás este sea el motivo por el cual no puedo penetrar completamente en el espacio de todas las palabras que ustedes acaban de pronunciar. Había pensado partir mañana, en compañía de mi amigo abogado, para seguir visitando el Santo Monte Athos. Pero voy a postergar mi partida hasta pasado mañana, con el único propósito de quedarme más tiempo con ustedes. Sinceramente, venerables padres, me han despertado un interés tan vivo, que no quisiera irme de aquí con ideas encontradas y sin haber conseguido llegar a conclusiones positivas sobre el tema del monaquismo. Espero, entonces, que me ayuden en esto, perdonando mis eventuales insistencias y dudas, fruto de mi falta de experiencia. Por otra parte, nuestras convicciones no se pueden cambiar tan fácilmente. El planteamiento del tema, de una forma tan delicada, presupone una espiritualidad de la cual, les confieso, carezco en el presente, aunque creo que estoy cerca de encontrar la solución...
“Los felicito a todos por su amor al aprendizaje”, respondió el anciano. “Pero no olviden que nadie puede entender las cosas divinas, si le faltan la fe y el amor, como dije antes. Luego, tal como la fe en Dios acompaña a la voluntad del hombre y la acción de la Gracia, así también, cuando se trata de que alguien adquiera una certeza ‘en el corazón, por la Gracia’ sobre los temas relacionados con lo divino, debe sacrificar su intelecto ante la sabiduría de los Padres. Aquí se aplica absolutamente la máxima teológica: ‘creo para entender’. Y es que la naturaleza de las cosas divinas es tal, que primero debemos amarlas y solo después entenderlas; de lo contrario, su conocimiento queda inaccesible. Pero sobre esto hablaremos mañana”. Y, diciendo esto, el anciano hizo una leve postración ante nosotros, despidiéndose así: “¡Buenas noches, señores y padres!”, y se fue.
Todos nos levantamos de nuestros asientos y respondimos al saludo del sabio monje, mártir y confesor de la devoción...
(Traducido de: Teoclit Dionisiatul, Dialoguri la Athos, Vol. I – Monahismul aghioritic, traducere de Preot profesor Ioan I. Ică, Editura Deisis – Mănăstirea Sf. Ioan Botezătorul, Alba Iulia, 1994, pp. 112-113)