Cristo conoce nuestra lucha y nos ayuda
Cristo conoce nuestro ahínco y nuestra lucha, coronándonos por ello. Nunca nos deja solos.
Debemos encendernos con el fuego de la contrición, de la redención y de la oración. Tal como aquel ciego, quien lleno de fervor le pidió al Señor que le sanara, o como la mujer adúltera, quien, llorando lavó los pies del Señor, o como el hijo pródigo, o como aquella otra mujer que tenía flujo de sangre... El Señor no sólo para ellos “cerró los cielos y descendió a la tierra”, sino para todos nosotros. Y no quiere que suframos el tormento eterno en el infierno, como esclavos del pecado, sino que le sigamos al Cielo, después de que, por medio de los esfuerzos espirituales, cumplamos con Sus mandamientos y nos purifiquemos de las pasiones.
Debemos saber que el sudor que derramamos cuando nos esforzamos en purificarnos y en alcanzar la virtud, no es en vano. Cristo conoce nuestro ahínco y nuestra lucha, coronándonos por ello. Nunca nos deja solos. Y nos otorga Su fuerza misteriosa para vencer a nuestros enemigos invisibles. Sin embargo, no nos da dicha fuerza si no se la pedimos. Porque, si no lo pedimos, es que no lo queremos. ¿Y cómo podría dársenos algo que no queremos? Por eso, se dijo: “Pedid y se os dará”.
(Traducido de: Sfântul Simeon Noul Teolog, Miezul înțelepciunii Părinților, Editura Egumenița, Galați, p. 74)