Cuando el padre espiritual recibe el apelativo de “abbá”
El padre es, desde luego, padre no sólo por medio de la palabra, sino por medio de su ser entero y acción, aún por medio de su silencio.
Sus palabras eran buscadas y recibidas por sus discípulos como si vinieran de Dios mismo, a través de la boca del padre. Por eso, estos oraban antes de acudir a él en busca de algún consejo, pidiéndole a Dios que hablara por medio del abbá para ayudarles en el camino a la salvación. Así, el abbá, el padre espiritual, se revelaba a sí mismo, se hacía “padre”, por el mismo carisma de predicación recibido gracias a las oraciones por la salvación e iluminación de sus discípulos, como resultado de un sufrimiento y una búsqueda en conjunto.
Y las palabras, la predicación recibida no era un sofisma, una máxima racional o un sabio sermón brotado del simple conocimiento o la experiencia, sino un nacer por medio de la palabra, una exhortación a la edificación, una prodigiosa sanación. Así, el término abbá para dirigirse a él, con esperanza en su amor y cuidado, pero ante todo, en su calidad de guía para el alma golpeada por la muerte en el pecado no era una simple fórmula de cortesía, sino que expresaba una realidad verídica.
El abbá Pimeno les respondió a sus discípulos, asombrados por el hecho de que él mismo llamaba abbá a Agatón, que era un monje muy joven aún: “¡Ha sido su boca la que nos ha llevado a todos a llamarle abbá!”. La paternidad se revela en esta transmisión de vida entre dos personas y en el vínculo que resulta de ello, entre el que da y el que recibe la vida en Cristo-Dios, el Verbo. Pero, el padre es, desde luego, padre no sólo por medio de la palabra, sino por medio de su ser entero y acción, aún por medio de su silencio.
(Traducido de: Arhimandritul Nichifor Horia, Duhovnicia Patericului, Editura Doxologia, Iași, 2013, pp. 17-18)