Cuando la Gracia del Señor viene y nos rebosa...
También tú, abandónate suavemente, sin forzar nada, en las manos de Dios, que Él vendrá y alegrará tu alma.
El padre Porfirio relata:
—Una vez, hallándome en Atenas de verano, un amigo dentista y su esposa me pidieron ir juntos a Patmos, a donde San Juan el Teólogo. Fuimos a la Gruta del Apocalipsis, allí en donde la piedra se agrietó, en donde San Juan se acostó y en donde se levantó. Esos lugares irradian santidad y Gracia, en verdad.
Poco a poco sentí que mi corazón se abría y salí, porque había más personas esperando para conocer el lugar. Al mediodía, queriendo experimentar nuevamente aquel estado gratífico, les pedí a mis amigos que entráramos otra vez. Les dije: “Arrodíllense y póstrense. Permanezcan así, sin moverse, y oren. No se levanten y no se asombren por nada de lo que ocurra”. Sólo que la Gracia no volvió a venir como en la mañana.
Me levanté, inciensé el altar y toda la iglesia, y volví a mi lugar. Entonces empecé a sentir cómo se abría nuevamente mi corazón. Y mi alma se llenó a rebosar. Una sola persona entró en aquel instante, creo que el párroco del lugar, y no sé si me vio, porque salió inmediatamente.
Nos levantamos y partimos en silencio. No volvimos a hablar hasta el anochecer. Comimos poco, en silencio, sin preguntarnos nada. Tampoco me preguntes tú. No es correcto discutir sobre ello. Puede ser mal interpretado. He aquí, pues, lo que hice: no insistí, no me forcé en inflamarme. Me levanté, inciensé, y la Gracia vino sola, cuando quiso. Mi mente, siempre en lo alto: “Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de nosotros”.
También tú, abandónate suavemente, sin forzar nada, en las manos de Dios, que Él vendrá y alegrará tu alma.
(Traducido de: Sfântul Porfirie Kafsokalivitul, Antologie de sfaturi şi îndrumări, Editura Bunavestire, Bacău, pp. 440-441)