Cuando las almas bailan de alegría. Un diálogo inesperado
El pueblo de Dios está en todas partes. Y nunca podrás saber si la persona con la que te encontraste hoy será un santo el día de mañana…
Me pidieron que dijera algo sobre la Madre Gabriela (Papaiannis).
Sinceramente, no me considero digna de tan siquiera escribir algo sobre ella. Mi mente no encuentra las palabras adecuadas. ¡Mi admiración es tan grande, que no puede ser contenida por ningún pensamiento!
¡Y es que esta madre, esta mujer, vivió verdaderamente en y con Cristo el Señor! ¡Vivió Sus mandamientos como amor y no como un sacrificio! ¡Amó al Señor y fue capaz de verlo en cada rostro humano y servirle en cualquier necesitado que encontró en su camino!
Luego, ¿qué puedo decir yo de la Madre Gabriela?
Todo lo que puedo hacer es pedirle a cada uno de ustedes que está leyendo estas líneas, que no se compare con ella. Ella es un modelo digno de todo respeto y admiración, como decía un Padre sobre los cristianos que viven evangélicamente, y no necesariamente tenemos que intentar imitarla. Realmente necesitamos de esta clase de modelos, para vernos en nuestra humilde realidad y para no llegar a pensar que ya no hay hombres y mujeres en este mundo que vivan el Evangelio del modo en que nos lo pide el Señor. Son muchos, muchísimos, quienes oran por nosotros y viven en un silencioso retiro que les permite ver al Señor en toda Su luz, pidiéndole por nosotros. ¡Agradezcámosle al Señor por dejarnos conocer a algunos de ellos!
Sí, necesitamos modelos que no podemos imitar, sino solamente admirar. Y este es ya un gran don, porque el deseo de imitar puede llegar a convertirse, la mayoría de las veces, en una suerte de rivalidad y, cuando el prototipo es muy superior, como en el caso presente, el individuo empieza a sentir un malicioso deseo de juzgar, de denigrar, de poner en duda la realidad del modelo. Esto sucede también con la Madre Gabriela, quien ante los ojos pérfidos de algunos era una “ecumenista”, una inconformista, etc. ¡No la defenderé de tales señalamientos, porque eso ya lo hace el Espíritu Santo, Quien viene a nosotros por medio de sus palabras!
Si tuviera que defender a alguien, lo haría con aquellos que podrían caer en esta tentación, pidiéndoles que antes de compararse con la Madre Gabriela —de acuerdo con quién sabe qué sugerencias tendenciosas—, se revistan de honestidad y sean capaces de verse reflejados en los siguientes testimonios:
«El Señor me envió a la India sin nada de dinero, para que pudiera conocer Su grandeza y Su gloria, para hacerme testigo de la forma en que Él cuida de nosotros cuando nos abandonamos completamente en Sus manos… Todo esto lo vi con mis propios ojos, a cada paso que di en aquellos años en la India. Desde entonces, no ha pasado un solo momento en el que no me haya asombrado Su manera de obrar…».
«Viví muchos años en la India, un país muy pobre, oprimido, lleno de sufrimiento, que no conoce a Cristo. Bien, pensemos ahora en un país en donde Cristo sí es conocido, como Suiza o Francia. Cuando bajas del tren (en esos países), no ves más que caras tristes, crispadas, preocupadas. ¡Todos parecen impacientes! ¿Qué ha pasado en esos lugares? Ha desparecido la alegría. ¡Y esto es muy, muy grave! En la India, la gente espera a Cristo, y esa espera es una llena de gozo. Nosotros “lo tenemos” a Él, pero no lo reflejamos en nuestro ser. Y esto es nuestra culpa. Todos somos culpables...».
«A menudo me preguntan: “¿Por qué trata a los indios como si fueran sus coterráneos? ¿O a los musulmanes, o a los hebreos?”. Simplemente, porque veo a Cristo Mismo en ellos. Puede que aún no sean conscientes de Él, pero he visto que muchos de ellos actúan como conducidos por el Espíritu de Dios...
El problema no es si esas personas no pueden aceptar a Cristo, sino que quienes les presentan a Cristo no viven de acuerdo con Su Palabra. Solamente les dan sermones y no un ejemplo vivo, la “Palabra encarnada”, aunque Cristo Mismo dijo: “Yo soy la vida…”. Así pues, ocurre que esas personas escuchan lo que se les dice de Cristo, leen sobre Él y hasta ponen en práctica Sus enseñanzas, pero no quieren hacerse cristianos. Porque, tal como le dijo Gandhi al gran misionero Stanley Jones: “Ustedes, los cristianos, son el peor ejemplo de cristianismo…”. ¿Y entonces?». (p.46)
La Madre Gabriela hablaba cinco idiomas: la sonrisa, las lágrimas, el abrazo, la oración y el amor. «Con estos cinco lenguajes puedes viajar alrededor del planeta, y todo el mundo es tuyo. Amas a todos de igual manera, sin importar su religión, su nacionalidad, o cualquier otra cosa. El pueblo de Dios está en todas partes. Y nunca podrás saber si la persona con la que te encontraste hoy será un santo el día de mañana». (p. 49)
«No importa a dónde vayas, qué hagas, si ayudas a otros o no. Lo único realmente importante es la calidad y la cantidad de amor que entregas a los demás, a todos, sin discriminar». (53)
«Cada vez que me invitaban a hablar en público, decía lo mismo: “Me siento muy feliz de estar con ustedes en este país de “Antes de Cristo”, porque observo que están en esa búsqueda, y espero que un buen día, como muchas otras personas en el mundo entero, también ustedes encuentren la Luz». (p. 69)
Veamos ahora el discernimiento espiritual de Madre Gabriela: «He observado, muchas veces, que esa doctrina (hindú) no concuerda con lo que debe creer un cristiano. Este joven amigo tuyo (cristiano) quiere combinar filosofía, literatura y religión, y, si es posible, adaptar todo esto a las enseñanzas de Cristo. Si aceptaras la filosofía hindú como un simple sistema de conceptos filosóficos, no pasaría nada. Pero, cuando tu amigo dice que quiere devenir en un dios, porque, tal como dicen ellos, el gurú es la encarnación de una deidad, entonces…».
«Debes saber que, cuando te sometas totalmente al poder y el amor de Cristo, entenderás que todo, escucha con atención, TODO sucede porque Dios quiere o porque Dios lo permite. ¡No hay una tercera variante! En consecuencia, si es lo que Dios quiere, lo acepto. Y si es lo que Dios permite, lo acepto también. Y con alegría. Porque Él tiene Sus propios motivos, y puede tratarse de una lección… ¡Y no me atrevo a cuestionar el porqué de Sus decisiones! Porque el que pregunta “¿por qué?”, escribe “yo”. Y donde existe el “yo”, no puede haber ni progreso ni esperanza».
«Me doy cuenta de que nada sucede sin la voluntad de Dios o sin Su permiso. ¿Por qué? Porque Él es Todopoderoso. Por eso, nada me preocupa, aunque haya tanta tribulación a nuestro alrededor. No me siento ni tensa ni asustada, porque siempre me someto a la voluntad de Dios».
Les agradezco por este ejercicio de humildad, y recompensaré su paciencia con una profecía de la Madre Gabriela, que deseo ver realizada en todos nosotros:
«Llegará el día en el que estarás tan seguro del amor de Dios, y tan atento a no juzgar a los demás y a no herirlos con nada, que no tendrás ningún peso más en tu conciencia. Entonces, con regocijo, recibirás la alegría de Dios y la podrás compartir con otros. Creo firmemente en esto. Y después todos diremos: “¡Gracias, gracias, gracias!” y bailaremos de felicidad».
¡Amén!
¡Madre Gabriela, ora por nosotros!
Con oración y respeto,
Madre Siluana Vlad
(Traducido de: Maica Siluana Vlad în prefața volumului Maica Gavrilia. Asceta iubirii, Editura Episcopiei Giurgiului, 2014)