Cuando nos confesamos como es debido...
El valor y el provecho de la Santa Confesión no dependen del sacerdote, sino de mí mismo, quien me confieso.
“Si, con arrepentimiento, confieso todos mis pecados carnales y espirituales, cuando el sacerdote ponga su mano sobre mi cabeza y haga la oración de absolución, esas faltas quedarán perdonadas. Pero, si no me acerco a la confesión lleno de contrición y habiéndome preparado debidamente para ello, si no me confieso correctamente, aunque reciba un estricto canon de penitencia y miles de absoluciones del mejor de los confesores, el veneno del pecado pervivirá en mí. De ahí que el valor y el provecho de la Santa Confesión no dependan del sacerdote, sino de mí mismo, quien me confieso. Si me acerco con pureza y convicción ante Dios —porque es sabido que, al confesarme, ante Dios me presento, y el sacerdote es sólo un testigo—, debo contarle todos mis pecados.”
(Traducido de: Ne vorbește Părintele Cleopa, Volumul 2, Editura Mănăstirii Sihăstria, pp. 7-8)