La humildad nos ayuda a volver a la senda de la oración
Cuando la mente y el corazón se unen en oración, y los pensamientos del alma no se dispersan, el corazón se enciende con el calor espiritual, que propicia el amanecer de la luz de Cristo, llenando de paz y felicidad a nuestro ser interior.
Si tus pensamientos se dispersan cuando estás orando, lo que tienes que hacer es humillarte ante Dios nuestro Señor y pedirle perdón, diciendo: “He pecado, Señor, con mis pensamientos, mis palabras, mis actos y todos mis sentidos”.
Por tal razón, tenemos que esforzarnos en no dejarnos atrapar por la dispersión de pensamientos, porque la consecuencia de esto es que el alma se aparte, por obra del demonio, del recuerdo de Dios y del amor que a Él debemos, como dice San Macario: todo el afán del maligno es desviar nuestros pensamientos del recuerdo de Dios, del temor que hacia Él debemos sentir y del amor que por Él debemos profesar. Así, cuando la mente y el corazón se unen en oración, y los pensamientos del alma no se dispersan, el corazón se enciende con el calor espiritual, que propicia el amanecer de la luz de Cristo, llenando de paz y felicidad a nuestro ser interior.
(Traducido de: Sfântul Serafim de Sarov, Rânduieli de viață creștină, Editura Sophia, București, 2007, p. 16)