Cuando le tendemos la mano al otro, pero sin amor
Cuando el hombre no tiene y, sin embargo, da, está demostrando su amor.
Cuando alguien tiene y da al necesitado, no hay cómo saber si lo hace o no por amor, porque es posible que dé, pero sin amor, sino simplemente para deshacerse de algo que ya no le sirve. Cuando el hombre no tiene y, sin embargo, da, está demostrando su amor. Por ejemplo, puede que yo piense que tengo amor, pero, para comprobarlo, Dios envía un pobre a mi puerta. Si, por ejemplo, tengo dos relojes, uno bueno, y el otro viejo y descompuesto, y le doy este último al pobre, es que mi amor es de “segunda” calidad. Si mi amor es verdadero, le daré el reloj bueno al pobre. Pero puede suceder que en ese momento se encienda dentro de mí esa lógica anómala, y me diga: “¿Qué? ¿Darle el mejor reloj? ¡Pero si es un mendigo! No pasa nada si le doy el otro, viejo y descompuesto”, y se lo doy. Pero ¡cuidado, hermano! Dando ese reloj viejo, estás demostrando que dentro de ti pervive el hombre viejo. Si le das el reloj bueno, es que eres un hombre renacido. Y si no le das ninguno de los dos, te hallas en un estado propicio para el infierno.
¿Y cómo salir de ese estado, padre?
—Tienes que pensar: “Si quien llama a mi puerta fuera el mismo Cristo, ¿qué reloj le daría? ¡Seguramente el mejor de los dos!”. Solo así se puede entender en qué consiste el verdadero amor. Es decir, tomas una decisión firme y das lo mejor que tienes. Puede que al principio te resulte difícil, pero si te sacrificas de esta manera, serás capaz de dar ambos relojes, con tal de ayudar a los demás, sabiendo que, aunque te prives de ambas cosas, tendrás a Cristo en tu interior y podrás escuchar cómo tu corazón salta con una inmensa felicidad divina. Si alguien te pide tu manto, y tú le das también la camisa (Lucas 6, 29), Cristo te vestirá. Si sientes dolor por alquien que sufre, y lo ayudas, si se tratara de Cristo Mismo, ¡imagínate qué sacrificio acabas de hacer! Estos son los exámenes a los que todos nos sometemos. El hombre de fe ve en su semejante a la persona de Cristo. Él Mismo nos dice: “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos Mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25, 40). Por supuesto que cada uno debe cumplir con lo que le corresponde (Romanos 13, 7), pero el amor es el mismo para todos. En el corazón de Cristo, todos ocupan el mismo lugar: tanto el ministro como el pordiosero, el general y el soldado raso.
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Cuvinte duhovnicești, vol.2: Trezvie duhovnicească, traducere de Ieroschimonah Ștefan Nuțescu, Ed. a 2-a, Editura Evanghelismos, București, 2011, pp. 167-168)