Cuando los labios hablan bien, pero el corazón corta y estrangula
“Sus palabras son suaves como el aceite, pero cortan como flechas”; “con sus bocas me bendecían, pero con su corazón me maldecían” (Salmos 54, 24; 61, 4), nos dice el Profeta David sobre los labios astutos que pueden perder nuestra alma.
El elogio es un gran enemigo del hombre, porque puede arrojarlo al orgullo y, así, llevarlo a que pierda su alma. “Sus palabras son suaves como el aceite, pero cortan como flechas”; “con sus bocas me bendecían, pero con su corazón me maldecían” (Salmos 54, 24; 61, 4), nos dice el Profeta David sobre los labios astutos que pueden perder nuestra alma.
El mismo maligno, en muchas de sus apariciones, incluso en forma de ángel, suele elogiar al que quiere tentar y si éste último no se humilla, podría caer irremediablemente. Flechas y maldiciones deben ser los elogios para nosotros, aunque nuestra reacción ante ellos puede depender de la gravedad del caso. Así, podemos responder con humildad, cuando lo consideremos necesario, pero también podemos hacerlo con nuestro silencio, pensando, siempre con humildad, que no está en nuestras manos dar una respuesta adecuada y certera, incrédulos ante los encomios que el otro nos dirige.
En todo lo demás, los hechos son los que hablan, mientras que las palabras sobran. Y si quisieras elogiar a alguien de frente, recuerda que muchas veces no es conveniente. Además, es mejor reprender con suavidad, estando frente a frente con la persona, y elogiarla cuando ya no está en el lugar.
(Traducido de: Singhel Ioan Buliga, Provocările creștinului ortodox în zilele de astăzi, Editura Egumenița, Galați, 2012, p. 76)