Cuando no sabemos qué decisión tomar
Dios no interviene esporádicamente en nuestra existencia. Él es una presencia continua en nuestra vida.
¿Qué es lo que complica la vida espiritual del hombre?
—El hombre se enreda de gran manera, cuando, engañado, intenta resolver por sí mismo, con sus propias fuerzas, razonanientos y juicios, los problemas que enfrenta. Es entonces cuando empiezan los dilemas, cuando aparecen toda clase de soluciones dobles o múltiples, de las cuales debe elegir solo una; es entonces cuando empieza a generar cálculos interminables y auténticas cadenas de ideas, sopesando ventajas y desventajas. Al mismo tiempo, el hombre experimenta la presión de sus propios impulsos más o menos puros, de sus placeres y sus alegrías culposas. Como podemos leer en los testimonios de muchos justos de Dios, en esos momentos el hombre se halla rodeado por sus enemigos invisibles, los demonios. Todo esto crea una situación muy compleja, en la que cada uno de nosotros se halla atrapado como en una telaraña. Es por eso que a menudo no somos capaces de discernir qué debemos hacer, porque no sabemos ni lo que nos está pasando.
En el polo opuesto encontramos a aquellos que no buscan soluciones en sí mismos, ni en su propia forma de pensar o en la de sus semejantes, sino en Dios. El abbá José, un gran asceta athonita del siglo XX, decía que nunca tomaba ninguna decisión mientras no recibiera alguna guía por parte de Dios. “Ora con fervor, hasta que recibas la indicación de lo que debes hacer”, les repetía a sus discípulos. Dios nos habla, pero en un lenguaje espiritual que no podemos recibir ni descifrar si no hemos desarrollado ese sentido espiritual. Los Padres insisten en que debemos estar atentos a nuestros pensamientos. El primero de ellos proviene de Dios.
Es posible que una gran responsabilidad en esa confusión sobre nuestra propia existencia concierna a la información como tal, al conocimiento científico, y al decir esto no estoy señalando dolosamente todo lo que representa la ciencia. Sin embargo, hay veces en las que el conocimiento científico intenta ocupar el lugar de Dios, basándose en su propia autosuficiencia. La ciencia actual, aunque extraordinariamente desarrollada, reconoce sus propios límites, mismos que son percibidos, usualmente con mayor facilidad, por aquellos que más han avanzado en el estudio de la disciplina en cuestión. Los demás, quienes se benefician solamente de la imagen de la ciencia, se dejan engañar por su todopoderosa apariencia. Y esto genera muchas tentaciones. La autosuficiencia de la ciencia humana nos lleva al engaño, a cualquier desviación. Esto es igual a ignorar a Dios, a sacar el principio de la ecuación, la causa, la finalidad absoluta de nuestra propia existencia.
Es entonces cuando se llega a una fase en la que terminamos eliminando a Dios de nuestra vida espiritual, un momento en el cual uno cree que puede hacerlo todo y se basa en lo que tiene y en los medios que le ofrece el mundo actual. Es como descartar cualquier posible intervención desde lo alto…
—No solamente una posible intervención, sino una presencia continua y un apoyo constante por parte de Dios. Dios no interviene esporádicamente en nuestra existencia. Él es una presencia continua en nuestra vida. Es una oferta perpetua, utilizando términos más prosaicos, en la cual nuestra vida tiene su cimiento.
(Traducido de: Părintele Constantin Coman, Dreptatea lui Dumnezeu și dreptatea oamenilor, Editura Bizantină, p. 169-171)