Palabras de espiritualidad

Cuando nuestra actitud hacia a los demás hace inútil nuestra oración

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Me gusta hacer énfasis en la nobleza espiritual, en la capacidad de sacrificio de la persona. Porque, si haces cosas espirituales, pero sin tomar en cuenta esos aspectos, como la renuncia a ti mismo, etc., no obtendrás ningún provecho de todos los sacrificios y esfuerzos que realices.

Padre, usted dijo que es necesario “recargar” nuestras “baterías” con cosas espirituales. ¿Cómo se hace esto?

—En primer lugar, tienes que cultivar la nobleza espiritual, la generosidad, apartando todo interés personal. Es importante saber que ese interés personal impide la oración, porque aleja al hombre de Dios, aislándolo. ¿Sabes qué es el aislamiento? Es como si Dios te dijera: “¡Lo siento, hijo mío, pero no te endiendo!”.

(...) Para tener relación con Cristo, es necesario que Él more, que descanse en tu vida. Y Cristo mora en ti cuando le das paz a tu semejante, cuando tu semejante mora en ti. En el buen sentido de la palabra. Por eso es que me gusta hacer énfasis en la nobleza espiritual, en la capacidad de sacrificio de la persona. Porque, si haces cosas espirituales, pero sin tomar en cuenta esos aspectos, como la renuncia a ti mismo, etc., no obtendrás ningún provecho de todos los sacrificios y esfuerzos que realices.

Cuando entré a la vida monástica [1], siendo solamente un monje novicio, me pusieron como ayudante de cocina en el monasterio. Un día, un monje ya muy anciano y débil de salud me pidió que le llevara un poco de sopa a su celda. Al terminar mis responsabilidades en la cocina, le serví la sopa y se la llevé. Y lo seguí haciendo durante algunos días más, hasta que una de esas veces me vio un hermano, quien me dijo: «No lo malacostumbres, porque después va a empezar a demandar tu ayuda para muchas cosas más y no te dejará ni siquiera descansar un poco. Ni podrás hacer tu canon de oraciones. ¿Quieres que te cuente lo que me pasó a mí? Fui a ayudarlo una vez, porque lo vi muy resfriado, pero después ya no me dejaba en paz… Golpeaba la pared a cada rato, “tac, tac, tac”. Y me decía: “Sé amable conmigo, tráeme un poco de té”. “Sé amable conmigo y ayúdame a incorporarme un poco”. No pasaba ni media hora, cuando, otra vez: “tac, tac, tac”. “Sé amable conmigo y tráeme un ladrillo caliente (para mantener la temperatura del lugar)”. Ladrillo-té, té-ladrillo. ¿Cuándo podía dedicarme a mis deberes espirituales? Simplemente, sentí que estaba a punto de perder la cordura». ¿Viste? ¡Qué cosa tan terrible! Es decir, ver que el anciano sufría, que se lamentaba, sin que nadie viniera a aligerar su sufrimiento… y aquel monje no quería ayudarlo, con tal de no interrumpir sus deberes espirituales. ¿Qué propósito, qué sentido tiene, entonces, cumplir con tus deberes espirituales? Para Dios era más importante el “ladrillo-té”, que todas las postraciones y oraciones que el monje pudiera hacer, que todo ese canon. Por una parte, decía: “¡Señor Jesucristo, ten piedad de mí!”, y, por otra, “¡Pero déjame en paz!”.

(Traducido de: Sfântul Cuvios Paisie Aghioritul, Cuvinte Duhovnicești 6. Despre rugăciune, Editura Evanghelismos, București - 2013, pp. 28-30)

[1] En el Santo Monasterio Esfigmenu, en 1953.