Hay períodos en nuestra existencia, en los que no nos hallamos ni en lo más profundo del mar, pero tampoco en el séptimo cielo, y, no obstante, cuando tendríamos que orar, lo hacemos no desde el entusiasmo, sino desde la más pura convicción. Esto es muy importante, porque son muchos los que empiezan una vida de oración y, si no pronuncian con calidez las palabras de la oración, sienten que les falta sinceridad. No es así. Puedes ser completamente sincero en lo que respecta a la lucidez de tu espíritu y la correctitud de tu voluntad, mientras que las palabras y los gestos de la oración no siempre expresan lo que sientes.

Voy a poner un ejemplo. Si vives con tu familia, pero trabajas fuera, y tienes un empleo extenuante, es normal que, al volver a casa, te sientas sin fuerzas para nada más. Si en ese momento, tu madre, tu hermana, tu padre o cualquier otra persona cercana a ti te pregunta: “¿Me amas?”, responderás: “¡Sí!”. Si tu interlocutor insiste: “¿En verdad me amas, en este justo momento?”, bien podrías responder: “¡No, lo único que siento en este momento es un cansancio tremendo!”. Pero, como eres sincero, dices: “Te amo”, porque sabes que, más allá de tu cansancio, en tu interior sopla una corriente viva, un aire de amor. Cuando Cristo dice: “Los que me aman son quienes guardan Mis mandamientos”, no está queriendo decir: “Si me amáis, pasarés de emoción en emoción, de éxtasis en éxtasis, de visión en visión”. Él dice solamente: “¡Si creéis en Mi Palabra, vivid en conformidad con ella!”. Y “vivir según la Palabra de Cristo” significa vivir, para decirlo así, un poco más allá de tus fuerzas, significa hacer más de lo que, de forma espontánea, podrías hacer.

 (Traducido de: Antonie Mitropolit de Suroj, Şcoala Rugăciunii, Sfânta Mănăstire Polovragi, 1994, pp. 36-37)