Una lección para toda la vida
Si estamos atentos a nuestros pecados, dejaremos de ver los de nuestros hermanos. Es una insensatez que el hombre que tiene un muerto en su propia casa, lo deje para ir a llorar el muerto de su semejante.
Un novicio le preguntó al abbá Moisés: «¿Qué tiene que hacer el hombre cuando es tentado o cuando a él viene un pensamiento enviado por el maligno?». El anciano le respondió: «Tiene que llorar ante la bondad de Dios, para que Él lo ayude. E inmediatamente vendrá la paz, porque esto ocurre siempre que oramos con atención. Está escrito: “el Señor me ayuda y no tengo por qué temer a lo que pueda hacerme el hombre”. Desde el momento en el que el hombre asume su error y dice: “Me he equivocado”, el Señor se apiada de él. La enseñanza de todas estas cosas es aprender a no juzgar a nuestros semejantes. Cuando la mano de Dios mató a los primogénitos de Egipto, “no quedó una sola casa sin un muerto”».
El hermano le preguntó: «¿Qué significa todo esto?». Y el anciano dijo: «Significa que, si estamos atentos a nuestros pecados, dejaremos de ver los de nuestros hermanos. Es una insensatez que el hombre que tiene un muerto en su propia casa, lo deje para ir a llorar el muerto de su semejante. Morir para tu hermano significa asumir tus propios pecados y olvidarte de examinar a los demás, sin que te importe si son buenos o malos.
No le hagas el mal a nadie ni albergues en tu corazón ningún mal pensamiento en contra de tus hermanos. No desprecies al que hace el mal, pero tampoco te pongas de su lado ni te regocijes con él. No murmures contra nadie; más bien di: “Dios nos conoce bien a todos”. No secundes al que habla mal de otros ni te alegres con sus chismes, pero tampoco lo odies. En esto consiste la virtud de no juzgar a los demás. No te hagas enemigo de nadie ni guardes animadversión en tu corazón. No odies al que siente enemistad por otros. En esto consiste la paz. Consuélate siempre pensando que el esfuerzo es breve y pasajero, en tanto que el descanso y la paz son para siempre, con la Gracia del Dios-Verbo. Amén».
(Traducido de: Patericul, Editura Polirom, Iaşi, 2003)