Palabras de espiritualidad

La Santísima Virgen María como modelo del amor materno

    • Foto: Oana Nechifor

      Foto: Oana Nechifor

Una madre lo es para siempre, no solamente por un tiempo. A una madre jamás se le puede privar de esa calidad. Y no es madre solamente cuando lleva en su vientre a su hijo, sino que es madre para siempre, para la eternidad. Lo mismo ocurre con la Madre de nuestro Señor Jesucristo.

En una parte del Sacramento de la Santa Unción, le decimos a la Madre del Señor: “A ti, purísimo palacio del Rey Celestial, tú que eres muy enaltecida, te pido que purifiques mi mente, tan sucia por toda clase de pecados, y hazla una bella morada para la Divina Trinidad, para que glorifique y exalte tu poder y tu misericordia sin límites, para que pueda salvarme yo, que soy tu siervo”. ¿De dónde partimos? De la consciencia de ser indignos: “Yo, indigno siervo tuyo”, deseo salvarme y, porque deseo salvarme, pido algo de ti, Madre de la Señor, tú que eres el “purísimo palacio del Rey Celestial”. ¿Cuándo fue que la Madre del Señor devino en un “purísimo palacio del Rey Celestial”, de nuestro Señor Jesucristo? Cuando llevó a nuestro Señor en su vientre.

Sí, pero nuestro Señor Jesucristo se separó de alguna manera de la Madre del Señor cuando ella le dio a luz… entonces, ¿es posible que ella haya dejado de ser el “purísimo palacio del Rey Celestial”? No. Ella siguió siendo el “purísimo palacio del Rey Celestial” después de haber dado a luz a nuestro Señor. ¿Por qué? Porque ella no llevó solamente en su vientre a nuestro Señor Jesucristo, sino también en su corazón, de donde Él jamás se apartó.

Una madre lo es para siempre, no solamente por un tiempo. A una madre jamás se le puede privar de esa calidad. Y no es madre solamente cuando lleva en su vientre a su hijo, sino que es madre para siempre, para la eternidad. Lo mismo ocurre con la Madre de nuestro Señor Jesucristo, quien es la Madre de nuestro Salvador, aunque ya no lo lleve en su vientre, porque lo sigue llevando en su corazón, en donde Él siempre habitará. Luego, sabiendo estas cosas, oremos a la Madre del Señor para que purifique nuestra mente. “Purifica mi mente, que está sucia con toda clase de pecados, y hazla una bella morada para la Divina Trinidad”.

(Traducido de: Arhimandritul Teofil Părăian, Maica Domnului – Raiul de taină al Ortodoxiei, Editura Eikon, 2003, pp. 71-72)