Palabras de espiritualidad

Cuanto más nos abrimos a Dios, más nos envía Él sus dones

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Cada vez que nos acercamos a Él, lo encontramos esperando nuestras peticiones. Pero si no obtenemos nada del eterno manantial de Sus beneficios, nuestra es toda la culpa. Cuando Él ve que no somos dignos de Sus dones, deja de hacernos el bien, para que no nos volvamos perezosos. Si, no obstante, cambiamos un poco, de manera que logramos reconocer que hemos pecado, Él nos envía Sus dones con mucha más riqueza que un río sus aguas, inundándonos de Sus bendiciones, con una generosidad aún más grande que la del mar limpiando sus costas. Mientras más recibimos, más se alegra. Y esto le hace darnos aún más.

¡Que Dios nos permita encendernos tanto con Su amor, como de amor se enciende Su corazón por nosotros! El fuego del amor de Dios busca sólo una razón para encenderse; si se la das, estarás encenciendo la entera llama benefactora de Su amor.

A Dios no le enoja ser insultado, pero sí le enoja que seas tú el que lo insulta, comportándote como un e ebrio. Si nosotros, siendo malos, sufrimos cuando nos insultan nuestros hijos, ¡cuánto más sufre Dios, que no puede ni siquiera ser insultado! Si nosotros nos portamos así, a pesar de poseer un amor natural, ¡cuánto ha de sufrir Dios, cuyo amor es sobrenatural! “¿Puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti” (Isaías 49,15).

Entonces, acerquémonos a Él y digámosle, “Sí, Señor, pero también los perros comen de las migas que caen de la mesa de sus dueños”. Acerquémonos a Dios con tiempo y sin tiempo, pero, dicho de mejor manera, nunca te acerques a Él, sin tiempo. Sin tiempo estás cuando no te acercas nunca a Él. Siempre hay tiempo para que le pidas lo que Él desee darte. Así como nunca dejas de respirar, tampoco dejes un momento sin pedirle algo a Dios, porque no pedir está excluído. Y así como siempre necesitamos respirar, así también siempre necesitamos de Su auxilio.

Si así lo queremos, podemos atraer fácilmente a Dios junto a nosotros. El profeta, queriendo demostrarnos que Dios está siempre dispuesto a hacernos el bien, dice: “Su venida es tan cierta como la de la aurora ”(Oseas 6,3). Cada vez que nos acercamos a Él, lo encontramos esperando nuestras peticiones. Pero si no obtenemos nada del eterno manantial de Sus beneficios, nuestra es toda la culpa. Cuando Él ve que no somos dignos de Sus dones, deja de hacernos el bien, para que no nos volvamos perezosos. Si, no obstante, cambiamos un poco, de manera que logramos reconocer que hemos pecado, Él nos envía Sus dones con mucha más riqueza que un río sus aguas, inundándonos de Sus bendiciones, con una generosidad aún más grande que la del mar limpiando sus costas. Mientras más recibimos, más se alegra. Y esto le hace darnos aún más. Porque Dios considera nuestra salvación como Su propio tesoro, por eso la da en abundancia a quienes se la piden. Todo esto lo demostró Pablo también, cuando dijo, “Enriquece a todos los que lo llaman”. Por eso, Dios se enoja cuando no le pedimos nada, cuando no oramos. Por eso se hizo pobre, para enriquecernos; para esto sufrió tantos tormentos, para enseñarnos a pedirle.

No perdamos, entonces, la esperanza, porque tenemos suficientes y muy buenos motivos para confiar, aunque pequemos cada día; acerquémonos a Él, pidiéndole, implorándole, rogándole el perdón de nuestros pecados. Sólo así pondremos fin a todas nuestras iniquidades, sólo así podremos ahuyentar al maligno, atrayendo sobre nosotros el inmenso amor de Dios, para que nos dé las bondades que han de venir, con la gracia y con el amor hacia la humanidad de nuestro Señor Jesucristo, a Quien se debe toda gloria y poder, por los siglos de los siglos, Amén.

(Traducido de: Sfântul Ioan Gură de AurScrieri – partea a treia, Editura IBMBOR, București, 1994, pp. 290-291)

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