Palabras de espiritualidad

¡Cuánto nos ama la Madre del Señor!

    • Foto: Silviu Cluci

      Foto: Silviu Cluci

Translation and adaptation:

No sé qué podría darle a cambio, yo, que soy un pecador, por el amor que siente hacia mí, aún siendo impuro, y cómo agradecerle a la compasiva y piadosa Madre del Señor.

Mi alma se estremece y tiembla cuando piensa en la gloria de la Madre de Dios. Mi mente es débil, pobre y endeble, pero mi alma se alegra y anhela escribir al menos una palabra sobre ella. Cierto es que alma se estremece ante semejante osadía, pero el amor me empuja a no esconder mi gratitud por su piedad. La Madre del Señor no quiso escribir sobre sus pensamientos, sobre su amor por su Dios e Hijo, ni sobre su dolor cuando la crucifixión, porque no hubiéramos podido entenderlo, porque su amor por Dios es más fuerte y más ferviente que el amor de los serafines y los querubines, y todas las fuerzas celestiales de ángeles y arcángeles se quedan sin palabras, asombrados ante ella.

Aunque la vida de la Madre del Señor parece envuelta en un silencio santo, el Señor le otorgó a nuestra Iglesia Ortodoxa conocer que su amor abraza al mundo entero y que, en el Espíritu Santo, ella contempla a todos los pueblos del mundo, apiadándose de todos, al igual que su Hijo.

¡Si tan sólo supiéramos cómo ama la Santísima Virgen a quienes guardan los mandamientos de Cristo y cuán grande es su compasión y tristeza por aquellos que no se enmiendan! Esto es algo que sentí para mí mismo. No miento, digo la verdad ante el rostro de Dios, a Quien mi alma conoce: con mi espíritu conocí a la Santísima Virgen. No la ví directamente, pero el Espíritu Santo me concedió conocerla y a su amor por nosotros. Si no fuera por su misericordia, yo estaría muerto desde hace mucho, pero ella quiso venir a mí e iluminarme para que dejara de pecar. Ella me dijo: “¡No me gusta ver lo que haces!”. Sus palabras fueron agradables, tranquilas y suaves, alegrando mi corazón. Han pasado ya muchos años, cuarenta en total, pero mi alma no puede olvidar esas dulces palabras y no sé qué podría darle a cambio, yo, que soy un pecador, por el amor que siente hacia mí, aún siendo impuro, y cómo agradecerle a la compasiva y piadosa Madre del Señor.

En verdad, ella es nuestra protectora, nuestra abogada ante Dios, y su sólo nombre nos alegra ya el alma. Todo el cielo y toda la tierra se gozan con su amor. Esto es algo maravilloso y difícil de entender. Ella vive en los cielos y puede ver sin cesar la gloria de Dios, pero tampoco nos olvida a nosotros, tan miserables, y cubre con su piedad a toda la tierra y a todas las naciones. Y es que el Señor nos ha concedido tener a Su propia Madre como la nuestra. Ella es nuestra alegría, nuestra esperanza. Ella es nuestra Madre por el espíritu y, como persona, está cerca de cada uno de nosotros, por su naturaleza, y toda alma cristiana se siente atraída hacia ella con amor.

(Traducido de: Sfântul Siluan Athonitul, Între iadul deznădejdii și iadul smereniei, Editura Deisis, 2001, pp. 173-174)