Dar de lo poco que tenemos…
Somos hijos de Dios y nuestro deber es obrar el bien, porque Él es, sencillamente, amor.
Padre, el Apóstol Pablo dice: “Dios ama al que da voluntariamente”. ¡Pero a mí me cuesta mucho dar algo o hacer algo cuando me lo piden!
—Somos hijos de Dios y es nuestro deber obrar el bien, porque Él es, sencillamente, amor. ¿Te acuerdas de la viuda que acogió al profeta Elías? Era una idólatra, ¡pero cuánto amor había en ella! Cuando el profeta fue a pedirle pan, ella le respondió: “Nos queda solo un puñado de harina en el tarro y un poco de aceite en el frasco. Apenas recoja un manojo de leña, entraré a preparar un pan para mí y para mi hijo; lo comeremos, y luego moriremos”. No le respondió: “No tengo nada que darte”. Y cuando el profeta puso a prueba su buena voluntad y le pidió que primero hiciera pan para él y después para ella misma y su hijo, ella, pobrecita de ella, obedeció en el acto. Si su corazón hubiera estado vacío de amor, habría pensado: “¿No tiene suficiente con haberle dicho que no nos queda nada más, sino que, además, pide que primero haga un pan para él?”. Con esto se demuestra su buena intención, lo cual debe servirnos de ejemplo. Pero, nosotros, quienes leemos la Biblia y no sé cuántos libros más, ¿qué hacemos?
Recuerdo que, en Sinaí, los hijos de los beduinos, a pesar de no saber nada del Evangelio, cuando recibían algo, lo compartían entre todos y cada uno se quedaba con un poco, como los demás. Y si lo que recibían no alcanzaba para darle al último de ellos, todos renunciaban a una parte de lo suyo, con tal de tener todos exactamente lo mismo.
Que todo esto nos sirva de ejemplo para examinarnos y ver en qué situación estamos. Quien actúe de esta manera, será retribuido, no solamente por parte de los santos y los justos de Dios, sino también por sus propios semejantes. Una persona que actúa así, piensa: “¿Acaso practico suficientemente esas virtudes? ¿Cómo seré juzgado?”. Porque cada uno de nosotros será juzgado por alguien mejor que él.
Lo que importa es dar algo desde nuestra pobreza, trátese de algo espiritual o de algo material. Por ejemplo, supongamos que tengo tres cojines. Si doy uno, porque me sobra, mi acción no tendrá ningún valor. Pero si doy el que me sirve para recostar mi cabeza, mi acción tendrá un gran valor, porque conlleva un sacrificio. Por eso fue que Cristo dijo, a propósito de la viuda: “Les aseguro que esta pobre viuda ha dado más que nadie. …” (Lucas 21, 3).
(Traducido de: Cuviosul Paisie Aghioritul, Patimi şi virtuţi, Editura Evanghelismos, 2007, pp. 220-221)