Palabras de espiritualidad

De cómo el mundo que nos rodea nos impide ver lo realmente importante

  • Foto: Oana Nechifor

    Foto: Oana Nechifor

Oremos para que el Señor nos abra los ojos de la mente y podamos ver todo, no como nos parece que es, sino como es en realidad.

“Días vendrán que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida”. Así terminan todas las cosas hermosas de este mundo. Ciertamente, parecen perennes, eternas, pero al poco tiempo es como si no hubieran existido: la belleza se marchita, los honores cesan, las mentes envejecen, y los más ricos ropajes se estropean. Todas las cosas del mundo encierran en sí mismas una fuerza demoledora, de manera que jamás queda una semilla sin germinar, sino que inmediatamente se dirigen a su objetivo. “Todo lo que hay en este mundo pasa. Así también pasa el hombre: acumula tesoros, y no sabe para quién”.

Y nosotros nos agitamos siempre, nos preocupamos, y nuestras preocupaciones parecen no tener fin. A cada paso encontramos lecciones de vida, pero no aprendemos nada de ellas; es como si estuviéramos ciegos, es como si no pudiéramos ver. Y, en verdad, estamos ciegos, o, mejor dicho, es como si algo nos hubiera cegado: nos creemos inmortales, pensamos que todo lo que nos rodea y nos pertenece durará para siempre. Además, haciéndonos de una vida holgada, nos parece que nuestro estatus es sólido como una roca, sin darnos cuenta que todo eso es más bien como un pantano: poco a poco nos hace hundirnos hasta el fondo. Pero no nos damos cuenta de nada, y nos deleitamos negligentemente con todo lo pasajero del mundo, como si se tratara de cosas eternas...

Oremos, pues, para que el Señor nos abra los ojos de la mente y podamos ver todo, no como nos parece que es, sino como es en realidad.

(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Tâlcuiri din Sfânta Scriptură pentru fiecare zi din an, Editura Sophia, București, p. 234)