De cómo retribuye el Señor nuestra obediencia
Un simple vaso de agua puede darnos una espléndida recompensa celestial. Tal es la magnitud del amor al prójimo. “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos Mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25, 40).
¿En dónde hay más fuerza, que en este mandamiento? Un simple vaso de agua puede darnos una espléndida recompensa celestial. Tal es la magnitud del amor al prójimo. “Os aseguro que cuando lo hicisteis con uno de estos Mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25, 40). El mandamiento es ínfimo, pero el premio a la obediencia es grande y la recompensa de Dios, abundante. Entonces, (el Señor) no nos pide nada imposible de realizar, sino que, ya sea que hagamos algo insignificante, o algo de gran relevancia, seremos retribuidos según haya sido la decisión tomada. Si es en el nombre del Señor y por temor a Él, recibiremos un don que nadie podrá quitarnos. Pero, si lo que hacemos es para aparentar generosidad y ser ensalzados por los demás, escucharemos al Señor Mismo decir: “Os aseguro que ya recibieron su recompensa” (Mateo 6, 2). Así, para que no tengamos que sufrir esto, el Señor dice a Sus discípulos y, por medio suyo, también a nosotros: “Cuidad de no practicar vuestras buenas acciones a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. De lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial” (Mateo 6, 1). Por eso, nos ordena retornar y huir de “esos muertos” y de sus elogios, así como de la gloria que se marchita y desaparece, para buscar solamente esa otra, cuya belleza es inefable y sus límites, insondables.
(Traducido de: Sfântul Grigore de Nyssa, Despre rânduiala cea după Dumnezeu și despre nevoința cea adevărată, Editura Apologeticum, p. 16)