Palabras de espiritualidad

De cómo un monje fue salvado de caer en pecado

    • Foto: Tudor Zaporojanu

      Foto: Tudor Zaporojanu

Translation and adaptation:

¿En verdad quieres perder el Reino de Dios, por un miserable apetito que no supiste sofocar? ¡Hasta dónde puede llegar la debilidad humana! ¡En un solo momento puedes perder todo lo trabajado hasta hoy, y también a Dios Mismo!

Decía el monje Julián: «Un tórrido mediodía de agosto, hallándome en mi celda en pleno desierto, escuché que alguien llamaba a la puerta. Cuando salí a ver quién me buscaba, vi que se trataba de una mujer.

—¿Qué buscas aquí? —le pregunté.

Ella me dijo:

—Venerable padre, también yo vivo en esta zona, no muy lejos de aquí, en una pequeña cueva.

Y, señalando con el dedo, me mostró en el horizonte el sitio de su morada.

—Mientras pasaba por aquí, sentí una fuerte sed, debido a este sofocante calor. Le suplico, padre, que me dé un poco de agua para beber...

Así lo hice. Después de servirle un poco de agua, que ella bebió con agradecimiento, aquella mujer retomó su camino y yo volví al interior de mi celda.

Pero, al poco tiempo de verla partir, el demonio empezó a azuzar en mi interior un pensamiento de lujuria, el cual, imponiéndose a mi voluntad, hizo que cediera ante la tentación. Así, aturdido, tomé mi bastón y salí afuera, adentrándome en el bochorno estival del desierto. Había tanto calor, que las piedras del camino parecían hervir bajo el sol. Aceleré el paso, ávido de satisfacer mi apetito, hasta que pude divisar el lugar que la mujer me había mostrado momentos antes. Di unos pasos más, e inesperadamente vi que la tierra se abría ante mí, como en una pesadilla. Incapaz de hacer nada para protegerme, en un instante me vi cayendo a un profundo abismo, el cual estaba lleno de cadáveres pestilentes y mutilados. También había ahí un hombre que parecía un santo, vestido como si fuera un sacerdote, quien, señalando los cadáveres, me dijo:

—Mira, ahí hay un cuerpo de mujer. Más allá, uno de un muchacho, y aquel otro es el de un hombre. Acércate, pues, y satisface tu apetito… Ahí tienes todos esos cuerpos, llenos de gusanos y pudredumbre, porque también ellos, haciendo lo mismo que tú, murieron, y sus cuerpos cayeron a esta fosa, en tanto que sus almas fueron enviadas a los tormentos del infierno. Si caes, te haces culpable y eres condenado… ¿Realmente vale la pena perder la recompensa de tus trabajos ascéticos, por tratar de satisfacer un arrebato como este? ¡Estremécete, porque en un instante terminarás perdiendo el fruto de tus sacrificios! ¿En verdad quieres perder el Reino de Dios, por un miserable apetito que no supiste sofocar? ¡Hasta dónde puede llegar la debilidad humana! ¡En un solo momento puedes perder todo lo trabajado hasta hoy, y también a Dios Mismo!

Lleno de vergüenza, me postré de rodillas, hasta tocar el suelo con la frente. Entonces, aquel venerable hombre se me acercó y me ayudó a incorporarme. Después, caminé de vuelta a mi celda, agradeciéndole a Dios, mientras exclamaba: “¡Qué cerca estuve de perder mi alma, si el Señor no hubiera venido a socorrerme!”.

Así, alabando a Dios, Quien me salvó y me libró del pecado y de los amargos tormentos que sufren los adúlteros y desenfrenados, he querido relatarles esto. ¡Gloria a nuestro Dios, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos! ¡Amén!».

(Traducido de: Proloagele, volumul I, Editura Bunavestire, pp. 538-539)