De la alegría y la tristeza
La alegría tiene como base la gratitud. Es un acto de agradecimiento por todo lo que recibimos.
La alegría y la tristeza son realidades presentes ya desde el comienzo de nuestra vida. La alegría nos confiere un cierto bienestar, en tanto que la tristeza suele venir acompañada de un estado de sufrimiento moral y, a veces, del dolor físico.
La alegría refleja un estado de equlibrio físico y un alto nivel de actividad. Entonces los rasgos del rostro se ven relajados y la persona suele sonreír con frecuencia: son gestos simples, calmados. La mente se siente ágil y llena de creatividad, porque la imaginación trabaja intensamente. El padre León Gillet decía que “la alegría tiene como base la gratitud. Es un acto de agradecimiento por todo lo que recibimos. Expresa la conciencia de que Dios nos ha dado el mundo para que lo administremos”.
En lo que respecta a la tristeza, esta se caracteriza por ciertas contracciones sensibles al nivel de la laringe y la faringe, una necesidad de llorar, una sensación de desánimo y una evidente disminución de la actividad general y la imaginación. San Juan Crisóstomo decía que la tristeza es una herida del alma. No debe sorprendernos, pues, que, mientras la alegría demuestra y contribuye al equilibrio del organismo, la tristeza intensa y permanente afecta el funcionamiento del sistema inmunológico. Nos volvemos vulnerables ante cualquier clase de virus y bacterias. Cuando esa desesperación crece, caemos en una suerte de impasse y llegamos a ver la muerte como la única solución posible. En tales circunstancias, hay un riesgo muy grande de empezar a sufrir alguna enfermedad incurable.